EN BENEFICIO DE LA GUERRA Y EN DEFENSA DE LA REVOLUCIÓN
La CNT había quedado fuera del Gobierno tras la crisis de Mayo y la hora de la contrarrevolución había sonado. Un partido casi inexistente antes de empezar la contienda, el comunista, había adquirido una preponderancia desmesurada gracias a la ayuda rusa y encabezaba la reacción contra las conquistas revolucionarias aliado con la derecha socialista. Hubo constantes provocaciones a las colectividades y las cárceles empezaron a poblarse de libertarios, mientras que en el frente muchos eran asesinados con cualquier pretexto. La respuesta de la CNT fue tan responsable que casi ofrecía la otra mejilla, mientras propugnaba una política de unión con el ala caballerista de la UGT que cristalizó en varios comités de enlace, pero que no puso traba alguna al sectarismo comunista. En Vila-Real el 14 de agosto se celebró un mitin con el objeto de reforzar la unidad CNT-UGT, cosa que convenía, pues se estaba tratando del reparto de las tierras incautadas. Enrique Martín Moreno, periodista, por el Comité Peninsular de la FIJL, el alicantino Sebastián Ballesta por el Comité Regional y José Pros por la FAI. Al día siguiente se mandó un delegado al Segundo Congreso Provincial de Sindicatos Únicos que transcurría en Castellón, el cual presidió la sesión de la tarde. Habían delegados de cinco comarcales (Alcora, Onda, Nules, Segorbe y Benicarló) y setenta sindicatos. Vila-Real pertenecía ahora a la Comarcal de Onda. Los efectivos libertarios de la provincia alcanzaban la cifra de 39.715 afiliados, aunque solamente estaban representados directamente la mitad. La CNT no paraba de crecer a pesar de la oposición de los comunistas y socialistas, de la acción del Gobierno -en particular de la del gobernador civil- y de su propia pusilanimidad; los militantes estaban descontentos ante la pasividad mostrada por los Comités responsables de la Organización, por sentirse desarmados e impotentes frente a las provocaciones, porque había cada vez más presos, mientras el cansancio se apoderaba de los sindicatos antes más dinámicos. En Castellón, la CNT estaba dividida y hubo problemas para encontrar voluntarios que se hiciesen cargo del Comité. Se optó por la vía legal para resolver los pleitos sindicales, y, en consonancia, el Comité pasó a llamarse Comité Provincial Jurídico Social. El semanario “Agitación” de la comarcal de Benicarló sería el órgano provincial y se editaría en Castellón. Un manifiesto del Comité Provincial resumía la posición de la CNT. En la provincia desarrollaba la CNT una enorme labor constructiva y había arraigado el ideal libertario ante el cual no valían intrigas ni persecuciones.
“La energía y penetración que ha conseguido el obrero español, no permitirá los nuevos esbirros ni los nuevos caciques que involucren los deseos y propósitos que animan a la clase productora, y serán vanas cuantas artimañas empleen, porque la guerra y la revolución, de la que nosotros somos actores, nos ha dado la suficiente experiencia para no dejarnos arrebatar las conquistas conseguidas a costa de tanta sangre (…) Serenidad y sensatez pedimos a todos, y el respeto mutuo a las ideas y a los compromisos contraídos. No cometamos la estupidez de romper los lazos de amistad que deben unirnos, y sobre todo, en los momentos actuales que vivimos, que son graves y decisivos (…) Existen hombres y partidos que se creen omnipotentes y vemos cómo se mueven en la sombra y forcejean a brazo partido para que impere su hegemonía, y con tal de crearse su pedestal, cierran a barro y lodo todos los resquicios a los trabajadores por crearse su cultura y una capacidad que les libre de tutelas y señalamientos. Por ello emplean todos los procedimientos por bajos y repudiables que sean, apoderándose a veces de los resortes del poder que restringen y cercenan la libertad del pueblo, dándose el caso paradójico de que muchos llevan el ropaje y el carácter de proletario (…) La obra de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos. ¡Viva la unión de los trabajadores honrados, y viva las dos centrales sindicales UGT y CNT que cobijan a los proletarios de España!”1
El Comité se constituía con el fin de establecer giras de propaganda y abrir un bufete de abogados “para resolver, pleitear y defender cuantos asuntos se planteen a los compañeros y Sindicatos que se deriven de la Jurisprudencia.”2 En Castellón, La CNT celebró su mitin de afirmación. Ninguna crítica a la reciente trayectoria fue hecha; la renuncia a los objetivos revolucionarios, la participación en el gobierno de Largo, la militarización de las columnas, el sometimiento a la legalidad burguesa republicana, el apoyo sin condiciones al Gobierno Negrín y a la Unión Soviética, todo era descrito como una muestra de honestidad, responsabilidad, sacrificio y clarividencia revolucionaria. Cada capitulación era presentada como un hito. Busquier y Ballesta, por la Comisión de Propaganda y por el Comité Regional respectivamente, manifestaron el deseo de la CNT de tener ministros, y un patético y demagógico Gallego Crespo, en nombre del Comité Nacional, suplicaba el cese de las persecuciones y abrazaba a los comunistas y republicanos para seguir “luchando por España” que era como luchar “por Rusia”.3 Por eso resulta que se luchaba. Tras ese llamamiento a blandir las armas de la serenidad, la sensatez y la colaboración contra las trabas políticas, las checas comunistas y la guardia de asalto, la CNT desmoralizaba a la masa de sus afiliados. No es de extrañar que cesaran las campañas de propaganda, puesto que por una u otra causa no interesaban ni a los dirigentes libertarios ni a las autoridades republicanas.
En Vila-Real, la CNT había tenido que acostumbrarse a tratar con una UGT mayoritaria y las relaciones entre ambas centrales habían sido, salvo en algún que otro momento, regularmente aceptables. Ese entendimiento hizo posible la colectivización de la tierra expropiada. Ribes y Casinos seguían insistiendo en que “todos los bienes incautados pasen a ser propiedad del pueblo”4 y acabándose julio las secciones de campesinos de la UGT y la CNT presentaron al Consejo un informe detallado sobre la explotación de las fincas. Ribes exclamó que era “el gesto más revolucionario que se ha presentado al Consejo hasta ahora” y todos los reunidos lo aprobaron, proponiendo que los consejeros de Trabajo (CNT) y de Agricultura (UGT) se agregasen a las comisiones colectivizadoras.5 Se formó al efecto un Comité Agrícola Local, pero por una cuestión de hegemonía la tierra seguía sin repartir. Otro punto de litigio tenía que ver con la dificultad en la elaboración del pan, por falta de una fábrica de harina que no se decidía el Consejo a construir. La fábrica era esencial en la lucha contra los acaparadores y especuladores, quienes se aprovechaban de la carestía de productos básicos, y la CNT había insistido en su construcción. La posición del SUOV de Villarreal era la siguiente:
“¿Por qué no buscamos los medios para que haya un estrecho contacto entre todos, máxime cuando hoy es muy necesaria la unión fraternal de todos los antifascistas? Haga esto quien pueda y deba y hará obra positiva. No nos detengamos a ver quién es más que quién. Obremos como las circunstancias exigen, en beneficio del proletariado, de la guerra y de la Revolución. Fórmese en el pueblo una Colectividad; hágase la fábrica de harinas y dese la tierra a quien de la tierra entienda, o sea, a las Sociedades de Campesinos. Los resultados no se harán de esperar. El ejemplo de pueblos que viven con plena independencia su vida ha de ser espejo para Villarreal, donde casi todo lo que falta por hacer es obra rápida que ha de estar paralela a la marcha que sigue la España revolucionaria.”6
Por fin hubo reparto y se formó una sola colectividad aunque con dos cooperativas de consumo. La de la CNT estuvo en los bajos del local de la Plaza de la República y en ella trabajó Amparo, la compañera de Peidro. La de la UGT en la calle de Pi y Margall. La colectividad se acogía al decreto del 8 de junio que legalizaba la colectividad en tanto que propiedad del Estado cedida en usufructo a los trabajadores. La financiación se hizo con el dinero de la liquidación por la consejería de Abastos de la Cooperativa UHP, y con sobrante de las multas impuestas por el Comité Antifascista de Defensa, tal como solicitaron por escrito los presidentes y secretarios de la UGT y de la CNT villarrealense7 (por ésta Peidro y el mozo de agujas Eugenio Isidoro). La “Colectividad Productora Campesina” UGT-CNT presentó su reglamento el 11 de septiembre. En su artículo primero decía:
“Esta colectividad tiene como principal objeto agrupar a todo el proletariado campesino para que con el esfuerzo común de las tierras incautadas y las susceptibles de incautación, y cumpliendo los mandatos del Gobierno de la República, el mejorar en lo posible la situación precaria en que vive el obrero del campo y el ocupar el máximo de brazos ociosos, obtener el mayor rendimiento posible: Y a tal efecto las organizaciones sindicales campesinas de la UGT y CNT de esta localidad se comprometen a organizar la producción agrícola sin distinción de organismos sindicales y cumplir tácitamente los acuerdos que se tomen en las respectivas Juntas Directivas y Generales.”8
El colectivista deberá entregar a la colectividad las fincas de su propiedad y los útiles de trabajo que disponga, bien entendido que todo le será devuelto un año después de decidir abandonarla, descontadas las mejoras. La colectividad no abonará jornal. Sufragará todos los gastos ordinarios de los colectivistas: luz, agua, médicos, impuestos, tasas, etc. Para su abastecimiento creará una cooperativa de consumo. Mediante una cartilla de familia el colectivista podrá retirar lo que necesite. Los productos escasos como la leche, la carne o el azúcar se repartirán cuando haya para todos, pero estarán siempre disponibles para enfermos, ancianos y menores. Un consejo dirigirá y administrará la colectividad elegido en asamblea general y por votación secreta; estará compuesto por un presidente, un vicepresidente, un secretario, un vicesecretario, un contador, un tesorero y dos vocales. Un responsable venderá lo sobrante de la colectividad y por compra o intercambio adquirirá lo necesario para la misma. Encabezaban la comisión organizadora, Francisco Tomás, Manuel Servias y Agustín Monsió por la UGT, y José Broch, Roque Quemades y José Menero por la CNT.
El 26 de septiembre tuvo lugar una Asamblea Provincial de Sindicatos, Colectividades y Cooperativas, convocada por el Comité Provincial de la CNT, donde se insistió principalmente en la necesidad de libros de administración y contabilidad, en el trabajo conjunto y en el abastecimiento local. Se propone que los intercambios se hagan bien en metálico, bien en género, y que los inconvenientes con la UGT se resuelvan “armoniosamente”.9 Carlos Gorbea, de Vila-Real, era el responsable del Comité Comarcal de Onda, lo que era signo de un desenvolvimiento positivo de la agricultura colectivizada en aquella ciudad, al menos con relación a los demás pueblos de la comarcal. El 10 de octubre transcurría un Pleno de Sindicatos de la Comarcal de Onda, donde se ratificaba a Gorbea como secretario y se insistía en la creación de colectividades y cooperativas, “para que nuestra economía, base primordial de todos los resortes, dé lugar a los trabajadores [a] ser los rectores de sus propios destinos si de verdad saben controlar los productos que con sus esfuerzos se cosechan de la tierra.”10
La CNT, a través de la Federación Regional de Campesinos de Levante, tenía una política clara respecto a la tierra. La economía debía estar al servicio de la guerra y organizarse primero a escala local, coordinándose a distintos niveles. Se hablaba de cosas concretas como planificación, intercambio, distribución y contabilidad, y se optaba por el legalismo, procurando conciliar las colectividades con el Estado y la nacionalización. Se pasaba por alto la disolución del CLUEA al hacerse cargo el Estado de la exportación de naranjas. El II Congreso de la FRC de L de noviembre fue bien explícito y mucho más lo fue el Pleno Nacional Ampliado de enero de 1938. En Vila-Real la colectividad encontró resistencias inesperadas en el Consejo municipal, quizás debidas a la presión de los pequeños propietarios y de los comercios privados, que tenían que competir con las cooperativas. Lo cierto es que en noviembre las secciones de campesinos de UGT y CNT exigieron la entrega de todas las fincas incautadas. En lo tocante a la CNT fueron 55 fincas con un total de 194’57 hectáreas.11 En toda la provincia hubo 13.775 hectáreas colectivizadas, una parte pequeña del total de tierra útil. El Presidente de la Colectividad de Vila-Real fue José Broch y los colectivistas usaron para vivienda la alquería de la finca Sarthou. En las Alquerías del Niño Perdido, pedanía cercana a Nules, se creó otra colectividad exclusivamente de la CNT. Un delegado estuvo presente en un Pleno Comarcal de Sindicatos y Colectividades celebrado en aquella ciudad el 6 de febrero de 1938. En cuanto al problema de la fábrica de harinas, se estudió su emplazamiento en el molino de la Ermita, pero en abril de 1938 los trabajos estaban lejos de terminar, lo cual, dado el empeoramiento general de las condiciones de existencia, ya no importaba tanto. El problema del pan era uno entre tantos.
En octubre de 1937 se formó en Vila-Real un Grupo Femenino Libertario que entró en contacto con la agrupación valenciana de Mujeres Libres. El 20 de noviembre, toda la CNT homenajeó a Durruti y la SIA propuso una caravana de envíos a Madrid, lugar donde cayó el héroe. Por entonces los militares habían limpiado de banderas la ciudad, especialmente las rojinegras y la guardia de asalto patrullaba sus calles, mientras que los aviones fascistas dejaban caer sus bombas con apabullante regularidad. El desencanto y la desconfianza se hacían notar en todos los aspectos de la vida social, incluidas las colectividades. Los militantes verdaderos habían hecho balance personal de los acontecimientos y una sensación de haber perdido la revolución y la guerra se adueñaba de ellos. Se sentía el acoso de los gobernadores civiles y la perfidia de los contrarrevolucionarios comunistas. Los ataques y sabotajes a las colectividades no cesaban. Las cárceles valencianas estaban llenas de presos de la CNT, de la FAI, del POUM e internacionales. Para escarnio de dirigentes, el militante más antiguo de la CNT y una especie de apóstol anarquista, valga la expresión, Narciso Poeymirau, estaba en la Modelo de Mislata. De ahí la necesidad de atrincherarse en el Sindicato o la Colectividad, o bien de marcharse al frente y acabar con la pesadumbre y con todo, o esperar un milagro. Peidro celebró la toma de Teruel con un entusiasmo exagerado, ¡llegando a probar el alcohol! Duraría poco la alegría. Francisco Roselló, “Quiquet”, había sido condecorado en el frente con la medalla al valor por su conducta realmente temeraria frente a los tanques. Sin embargo no murió por su temeridad sino por su brusca franqueza. Encontrándose en Belchite, durante la batalla, llamó cobarde ante el enemigo a quien no debiera, se supuso que a un mando comunista, y éste le envió al paredón. Mientras tanto Vila-Real se llenaba de militares, signo de la cercanía del frente. A finales de noviembre se apearon más de seis mil carabineros y marinos en la Estación del Norte, procedentes de Murcia, Cartagena, Asturias y otras poblaciones, y la CNT se inquietaba por la propaganda socialista y comunista repartida a pie de tren, hasta el punto de dirigirse el secretario Isidoro al Comité Regional en demanda de “propaganda militar”12 En septiembre de 1937 el SUOV había creado un Comité Unificado de Propaganda CNT-FIJL para cuyo funcionamiento se establecía una cuota extraordinaria de 25 céntimos.13 Alejandro Navarro montó un quiosco de libros y prensa libertaria en los portales del local del SUOV. La sección local de SIA celebró el 28 de diciembre un acto de recogida de fondos para el “Día del Niño”. En el salón de la CNT tuvo lugar un espectáculo de variedades a cargo del elenco del artista Centeno, con gran éxito de público. Como la recaudación iba destinada a la infancia, los asistentes, entre los que había muchos militares, hicieron espléndidos donativos, de forma que hubo para muchos juguetes y libros.14 En febrero del año entrante tuvo lugar el “Día del Niño” en cuestión, tema muy del agrado de Peidro.
Los cenetistas habían aprendido a hacer política a fuerza de palos. La orden del gobernador de Castellón de reorganizar el Consejo Municipal les sirvió en bandeja la ocasión de librarse del dominio socialista. De acuerdo con los republicanos, hasta entonces sin peso, votaron alcalde a Pascual Llop, de Izquierda Republicana, dejando en minoría a los socialistas que, viéndolas venir, se abstuvieron. Llop venció por diez contra uno y la CNT continuó con sus seis representantes, Navarro, Casinos, Subirats, Lloret, Vicente Peris, panadero, (en sustitución de Ribes) y Pascual Bono, empleado municipal (en sustitución de López Membrado), que ocuparon las consejerías de Gobernación, Trabajo, Abastos, Asistencia social y Vivienda.15 El poder municipal había cambiado de manos en circunstancias precarias. La Consejería de Abastos tenía que tratar con las colectividades para el suministro de alimentos y otros productos de primera necesidad, racionados. La cooperativa de consumo de la CNT, por ejemplo, vendió jabón al consistorio. Peidro participaba en su gestión y la experiencia que adquirió le fue útil más adelante. El 4 de marzo de 1938 tuvo lugar una particular función del Salón CNT. Las “brigadas de choque cultural”, organizadas por estudiantes de la FUE de Castellón, dieron un recital de teatro clásico y piezas de vanguardia escritas por autores comprometidos con la causa de la República. El 15 de marzo se llegó a un acuerdo con la UGT y se procedió a la creación de nuevas consejerías para dar cabida a los socialistas y los comunistas. Julio Segura entró por la FAI, aun cuando en Vila-Real no había ninguna agrupación anarquista propiamente dicha, en sustitución de Casinos, y en mayo fue sustituido a su vez por Juan Curto. La FAI debió crearse ex nihilo con el objeto de ocupar el puesto que la ley le reservaba como partido político. La mayor libertad de acción llegaba a la CNT demasiado tarde, puesto que ya no se vivían momentos revolucionarios; las dificultades se amontonaban y se hacían insalvables. Falta de moneda fraccionaria, paro endémico, paralización de fábricas por falta de materias primas, problemas en el transporte, escasez de alimentos y de medicinas, precios abusivos, reventas, mercado negro en los “masets”, robos, bombardeos… Peidro había conseguido alguna hogaza cambiando su ración de tabaco por el pan que llegaba en los camiones franceses venidos a por naranjas, hasta que pasó la temporada de recolección. El pan escaseaba debido a que la intendencia militar absorbía casi toda la producción. Se prohibió el comercio con otros pueblos sin previa autorización. El 6 de marzo la CNT cedió su teatro para una función a beneficio de las Brigadas Culturales de la FUE. El último acto público de la CNT ocurrió el domingo 20 de marzo cuando la Comisión de Propaganda de los Amigos de México organizó en el salón Ascaso un programa que incluía representación, recital de poemas, bailes mejicanos y la proyección de la película “Tempestad sobre Méjico”, del director ruso Einsestein. Emilio Mistral, un antiguo colaborador de “Redención” y autor de un folleto sobre Fermín Salvochea que se acababa de editar, explicó la significación del acto, mientras que el ex ministro Juan López recordaba sus impresiones sobre aquel país amigo.16
La sociedad villarrealense se descomponía; cada cual buscaba por su cuenta salir del paso, ignorando normas, acuerdos e instituciones. La labor de SIA no bastaba en absoluto. Las nuevas detenciones de derechistas tampoco. El contraataque nacional tras la caída de Teruel llegó el 14 de abril hasta el mar, en Vinaròs, rompiendo en dos la zona republicana. Vila-Real quedó muy cerca del frente, amenazada por delante y por el flanco. La ciudad empezaba a sentir la guerra demasiado cerca con el pasar de los soldados hacia el frente o regresando de él, llevándose consigo todo lo que podían de los particulares. Los trimotores fascistas dejaban caer sus bombas dentro de la ciudad con mejor puntería que al principio. La gente empezaba a acomodarse en el campo y el mismo Peidro puso a la familia a buen recaudo en un “maset”. Los desertores se escondían en los pozos de riego y quienes se creían comprometidos abandonaban la ciudad. Se produjo un alud de militares y civiles que huían despavoridos de las tropas franquistas. Inquieto por los suyos, subió a su familia en un camión y la envió para Alcoi nada más sentir la cercanía del enemigo. Al pasar por Sagunt el camión fue ametrallado por una “pava”, pero pudo llegar entero a Valencia. Una vez allí su compañera y sus hijos subieron al tren de Alcoi y alcanzaron su destino sin más contratiempos pero no se pudieron quedar por falta de vivienda, estableciéndose de momento en la finca “de la Modista de la Reina”, entre Cocentaina y la pedanía de Alcudia, que le facilitaron a Joaquín Juan Pastor las autoridades republicanas para albergar a su familia. Peidro esperó en Vila-Real el tiempo necesario para trasladar la maquinaria a lugar seguro y destruir lo que no pudiera llevarse. No paró de trabajar. Un acta del Consejo Municipal le menciona, aunque incorrectamente: “Aprobado el expediente de obras solicitado por Juan Peiro, Presidente del Sindicato Único de Oficios Varios CNT previo abono de los derechos correspondientes y con arreglo a las condiciones establecidas en el informe de la consejería de Obras…”17
Un temporal de lluvias detuvo el avance de los nacionales, que no entraron en Castellón hasta el 15 de junio. Tanto en Castellón como en Vila-Real hubo quien se apresuró a engalanar los balcones para recibir a los nacionales, pero quienes realmente llegaron fueron las tropas en retirada de la División Toral, que, al recibir los vítores al fascismo, dispararon contra los entusiastas, matando a algunos. El XX Cuerpo del Ejército Popular contraatacó desde Vila-Real y consiguió estabilizar el frente varios días seguidos. Entonces Peidro quemó los archivos del SUOV, fue al maset, liberó a los animales del corral doméstico y abandonó la ciudad montado en bicicleta, ya con las tropas franquistas en las calles, llenas de cadáveres de soldados. En las oficinas del SIA de Valencia, en la calle de la Paz, nº 25, el edificio de la FAI, su compañero Alejandro Navarro se encargó de auxiliar a los huidos de Vila-Real. En una lista de los “criminales más destacados de esta ciudad que se distinguieron durante la dominación roja en esta población”, firmada el 5 de octubre de 1938 por la comandancia de la guardia civil figuraba José Peidro Vilaplana, de oficio “maquineta”, que está en “zona roja”.18 Llegó a Alcoi a finales de junio y se dirigió a la Federación Local en busca de alojamiento y trabajo. Le recibió Enrique Vañó. De lo primero no había, de lo segundo, todo el que quiso.19
LA CONQUISTA DEL PAN
Alcoi era muy diferente de Vila-Real. Era una ciudad industrial, de 45000 habitantes, con larga tradición obrera y claro predominio anarcosindicalista. Al empezar la guerra, la CNT había procedido a formar comités de control obrero que al acabar 1936 habían socializado todos los sectores de la economía alcoyana, incluido el comercio, los servicios y la escasa agricultura de los alrededores. Los 16 sindicatos de la CNT tenían ya 17.000 adherentes, siete mil sólo en el textil. La socialización supuso un paso adelante hacia el ideal comunista libertario, con buenos resultados desde el primer momento. La economía local salió de la crisis, se recuperó, y los colectivistas pagaron las deudas, racionalizaron la producción, encontraron nuevos clientes, obtuvieron beneficios y los reinvirtieron. También mejoró la situación de los trabajadores con subidas de salario y con todo tipo de prestaciones y ventajas sociales. La fuerza que avalaba el proceso socializador era importante y así se explica que el poder obrero local no sufriera serios embates del Estado cuando Negrín desplazó a Largo del Gobierno y se desencadenó la contrarrevolución estalinoburguesa. En palabras de un cenetista alcoyano, Blai Sanoguera:
“Mucho contribuyó al buen resultado, el que no era el Estado quien nacionalizaba para ir degenerando en una burocracia jerárquica, nueva clase dominante que acababa hundiendo en el fracaso los intentos socializadores. Eran los obreros, empleados y técnicos que desde una organización independiente, sin presiones ajenas, con plena autonomía, regida por dirigentes elegidos en asambleas generales donde descansaba todo el poder, los que sin ambiciones personales estaban al frente de las empresas colectivizadas.”20
En lo que respecta a Peidro, el Sindicato de la Metalurgia al empezar la guerra contaba con mil cien afiliados agrupados en las secciones de Metalistería, Mecánicos, Electricistas y Gran Metalurgia. En septiembre de 1936 los obreros metalúrgicos tuvieron una reunión con la patronal y Gonzalo Bou, viejo compañero de Peidro y persona de proceder bastante ambivalente, abrió la sesión dirigiéndose a los patronos: “Señores, el capitalismo se ha hundido. La única base que le quedaba para sostenerse era el fascismo y el fascismo acaba de ser derrotado en España. Derrotado el fascismo, ustedes, es decir, el capitalismo como función social, ya no tiene razón de subsistir. Por otra parte, ustedes no ignoran que estamos soportando una crisis de trabajo cuyo origen radica precisamente en el sistema capitalista que en estos momentos desaparece. Nosotros entendemos que no debemos aguantar más esta crisis, porque ella nos llena de hambre y de miseria. Para resolver todos estos problemas nuestro Sindicato tiene una fórmula…” Los patronos propusieron la creación de un consorcio con todas las industrias, a lo que Bou respondió que esa solución formaba parte de la fórmula sindical: “Expropiación o socialización de todos los talleres, depósitos, oficinas, cuentas corrientes, contabilidad; explotación de los negocios por cuenta del Sindicato Único del Ramo de la Metalurgia…; formación de un consejo de administración formado por ex patronos, obreros, técnicos industriales, técnicos comerciales y un contable; desaparición de todas las razones sociales. Queda así la industria unificada.”21 Los 43 talleres metalúrgicos, de lampistería y electricidad fueron socializados y adaptados para la construcción de proyectiles, fusiles y ametralladoras, y para la fabricación de pólvora. Los obreros hicieron de una industria anticuada y en quiebra, otra saneada y moderna, dedicada a la producción de material de guerra de calidad, parte del cual se emplearía en la defensa de Madrid y en la ofensiva de Belchite. Los túneles de la nunca terminada línea ferroviaria entre Alcoi y Alicante fueron habilitados como almacén de municiones. Un Consejo Directivo regía las Industrias Metalúrgicas Alcoyanas Socializadas (IMAS) presidido por Gonzalo Bou, con la colaboración de Antonio Santamaría y Remigio Cantó, todos de la CNT. En abril de 1938 las IMAS fueron militarizadas y pasaron a depender del Ministerio de Defensa. La industria metalúrgica, en tanto que industria de guerra, fue nacionalizada por decreto de Negrín en junio de 1937, tal como pedían insistentemente los comunistas, pero en Alcoy tuvo un estatuto especial: el Estado dictaba las normas, pero los sindicatos, en la práctica, seguían administrando las fábricas.
Peidro fue empleado en el IMAS, trabajando de tornero en el antiguo taller de Francisco Seguí y compañía, situado detrás del Hospital, en la plaza de Gonzalo Cantó, detrás del Hospital Oliver, al que iba en bicicleta desde Cocentaina. Reanudó su amistad con antiguos militantes del sindicato como José Sisternes, Ricardo Oltra “el rullo”, Enrique Sancho Bou, Enrique Ferrer y Antonio Navarro.22 En el taller construyó la sirena que se instaló en el tejado del Ayuntamiento. Aunque estaba convencido de que la guerra se perdía, necesitaba aferrarse a lo que quedaba. Era un estado de ánimo general que por evidentes razones no se manifestaba en público. El problema de la vivienda le imponía una larga jornada, pero al final consiguió instalarse en Alcoi en un piso abandonado de la calle Marcial, muy cerca del trabajo. Fue un alivio porque la relación con Joaquín se había roto. Éste se había hecho con dinero y propiedades, renunciando a los ideales. Se había convertido en un vividor; ya tanto le daban unos como otros. Su única preocupación era salvar el botín. Sin ir más lejos, en Cocentaina, se había deshecho de un stock de libros vendiéndolos a la biblioteca de la CNT. “S’havia girat la casaca”, sentenciaría José, no perdonándole su mezquindad en los difíciles momentos que se vivían.23 El mal venía de lejos. Dos años antes la FAI había echado en cara a Joaquín el haberse enriquecido a costa de los obreros que compraban su revista y sus libros, que escribían gratis para él o que realizaban donativos para su sostenimiento. Y había apuntado: “El que a costa de la buena fe y de la propaganda de nuestras ideas se construye casas, compra coches de lujo, tiene siete o más empleados a los que explotar y hace entender que la editorial es obra de un grupo, no tiene derecho ni vergüenza de hablar como lo hace en su revista. Esto debe terminar; al frente, al frente con el fusil o al campo a trabajar, y no explotar las ideas enriqueciéndose a costa de la buena fe de los trabajadores y anarquistas.”24
Al ir prolongándose la guerra la socialización tropezó con cada vez más dificultades: crisis en la construcción y madera, falta de materias primas, pérdida de mercados, acumulación de stocks, problemas en el transporte, falta de trabajo, endeudamiento, y para acabar, destrucciones por los bombardeos de finales de 1938. Las jornadas eran de diez horas. Encima, la antes denostada intervención del Gobierno en industrias como la del metal y el papel evitaba que las consecuencias de tales problemas recayeran sobre sus operarios, convirtiendo a los trabajadores en privilegiados, mientras que el resto de colectivistas no recibían nada. La supervivencia dependía de forma creciente del Estado y los sindicatos acababan por ver la salvación en la intervención estatal, pues hasta los dirigentes del poderoso sector textil no se oponían a que este fuera nacionalizado. Al fin y al cabo fabricaban mantas y pañería para el Ejército. Mientras en las industrias faltaba de todo, en los hogares faltaba el pan. El abastecimiento de la población de una ciudad que era eminentemente industrial se había convertido en el principal dolor de cabeza del consistorio alcoyano y en la principal causa de descontento popular con el hecho revolucionario. La carestía fortalecía a los versalleses comunistas. Cuanta razón tenía Kropotkin cuando escribía aquello de:
“¡Pan; la Revolución necesita pan! ¡Ocúpense otros de lanzar circulares con periodos rimbombantes! ¡Póngase otros en los hombros tantos galones como puedan llevar encima! ¡Peroren otros acerca de las libertades políticas! Nuestra tarea consistirá en hacer de suerte que en los primeros días de la revolución y mientras dure ésta, no haya un solo hombre en el territorio insurrecto a quien le falte el pan, ni una sola mujer obligada a formar cola delante de la tahona para recoger la bola de salvado que le quieran arrojar de limosna, ni un solo niño a quien le falte lo necesario para su débil constitución.”25
A finales de 1937 empezó la crisis de alimentos y el suministro se hizo deficitario. La escasez obligaba al racionamiento y la lucha contra la especulación reducía los puntos de venta, provocando largas colas y protestas. A la falta de todo se añadió el egoísmo y la picaresca: había colectividades privilegiadas con sus propias cooperativas y otras que repartían género entre sus adherentes para intercambiar por comida, pues el salario alto servía de poco porque las colectividades agrarias y los sindicatos de agricultores rechazaban el dinero y no aceptaban más que trueques. Además, Alcoi tenía que alimentar a miles de evacuados de los frentes, a niños refugiados y a cientos de heridos de guerra, todo sin la menor ayuda gubernamental. La situación había mejorado algo con el envío de delegados a los pueblos para hacerse con alimentos, y, sobre todo, al permitirse las compras de género en las cooperativas de la industria metalúrgica y textil para intercambiarlo por comida en los pueblos del alrededor El grupo comunista vio la ocasión para minar el poder de la CNT y organizó una manifestación de mujeres que tuvo gran repercusión. El problema era casi insoluble por culpa de la descoordinación y dispersión de los organismos provinciales y regionales de abastecimiento debido a la guerra. El hecho de “ser” Alcoi “de la CNT” no beneficiaba en absoluto a sus habitantes ya que los organismos gubernamentales no movían un dedo ni siquiera para alimentar a los metalúrgicos, que desde agosto de 1938 estaban militarizados. Si a comienzos de 1938 la ración de pan era de cien gramos por día y persona, a finales había quedado en trescientos gramos por semana. El arroz, ciento cincuenta gramos por persona y mes; de carne, caballo y cuando la había… En esas condiciones entró Peidro a trabajar en el Departamento de Abastos, que dirigía su compañero Vicente Oriola. Sin duda contó a su favor la experiencia adquirida en Vila-Real en el trato con cooperativas y su honradez a toda prueba. Encima, Alcoi sufrió los ataques de la aviación italiana certeramente guiada por la quinta columna, que causaron más de doscientas víctimas civiles. En el primer bombardeo, el del 20 de septiembre, murió la hermana mayor de Peidro, María, en la fábrica colectivizada “La Mistera”. Tenía 47 años. El pánico se generalizó mientras la revolución se olvidaba. Se imponía sobrevivir. La suerte estaba echada; la guerra se perdía sin remisión. Había refugios suficientes, obra de una Junta local de Defensa Pasiva presidida por Cándido, pero la gente que podía, entre la que había dirigentes, abandonaba la ciudad por el campo para estar a salvo de las bombas. Peidro pudo instalar a parte de su familia en una masía cercana, en la zona conocida como Los Baradellos.
El Departamento de Abastos hacía todo lo que humanamente estaba a su alcance y, en primer lugar, tomó la decisión de corregir una injusticia flagrante, la de evitar que algunas industrias y secciones sindicales, valiéndose de sus propios medios, consiguiesen género y lo distribuyesen entre sus obreros en perjuicio del resto de la población. Todo los alimentos habían de pasar por la Consejería de Abastos para proceder a su reparto equitativo. Otro problema era el de la falta de combustible para calefacción, que empujaba a la gente a salir al campo y talar todo lo que crecía. Pudo solucionarse con la tala de leña “por carnet y mediante equitativo racionamiento”26 pero surgieron desaprensivos que arrancaban la madera de puertas y ventanas de las casas bombardeadas. A continuación surgió otro problema, el del azúcar, por lo que hubo de reducir la ración a los niños lactantes y enfermos, los únicos que la tenían. La harina subió de precio y así el pan. A esas alturas Alcoi no podía usar sus molinos para molturar los cereales adquiridos y tenía que hacer gestiones a través de la Comisión de Agricultura para conseguir los permisos necesarios, pagando las tasas. El Consejo Municipal hizo público un bando con la orden de “que las industrias no efectúen repartos entre sus obreros sino que todo el género que posean y puedan adquirir lo entreguen inmediatamente a Abastos, pues en caso contrario este organismo habrá de incautarse de todo el género para hacer repartos generales al pueblo, que es lo que procede en los momentos de guerra en que vivimos.”27 Finalmente, el consejero titular de Abastos, Oriola, presionado por el descontento popular y las protestas, no pudo más y presentó su dimisión. La CNT insistió en la creación de un único organismo encargado de la venta, compra y distribución de artículos de primera necesidad como solución al problema de Abastos, pero ya no tenía fuerza ni influencia suficiente para contrarrestar la obstrucción del Gobierno y de los partidos. La directiva local de la CNT propuso como nuevo titular a Vicente Lloret, tejedor, quien se encontró sobre la mesa dos acuerdos incumplidos: primero, el del reparto de 150 gr. de pan dos días por semana; sólo había habido ración para un día. Segundo: las fábricas seguían repartiendo género exclusivamente entre sus obreros. Del pan, la culpa era de los organismos competentes de la retaguardia, pero de lo otro, la culpa era de los obreros de las industrias socializadas que presionaban a sus directivos, lo cual comprometía seriamente a la CNT. El tema provocó una fuerte discusión en el consistorio y la CNT se vio obligada a resolver “que ninguna industria realice reparto alguno, pues de lo contrario las Federaciones expulsarán de su seno al Sindicato que lo haga.”28 El 8 de diciembre por la noche la CNT celebró una magna asamblea en el Teatro Calderón y puso a disposición de los congregados los cargos de sus representantes en el ayuntamiento, Ángel Ferrer, Oriola, Candela y Martínez Pérez. Estaban presentes dos delegados de UGT. El problema de los abastecimientos había sembrado dudas y sospechas en los afiliados y convenía aclarar la situación. Se disiparon los malentendidos y la asamblea acabó tranquilamente. Al día siguiente la UGT hizo lo propio. Asistieron por la CNT, Vicente Oriola, Martínez Pérez, Ángel Ferrer, Miró y Peidro que junto a los responsables socialistas de Abastos contestaron a las quejas y disiparon rumores. En alusión a los comunistas, el socialista Gadea pidió la expulsión de la UGT de cuantos hubieran contribuido a enrarecer el ambiente.29
Lloret, el nuevo consejero de Abastos, se propuso convertir el Departamento en un organismo distribuidor de artículos de primera necesidad y habló de tomar medidas concretas, pero cuando llegó el momento de la verdad, en las primeras gestiones, se vio incapaz de resolver nada. En la sesión extraordinaria del 26 de diciembre presentó la dimisión; alegó incompetencia y falta de temperamento. La CNT era puesta nuevamente en evidencia y no la aceptó, pero Lloret, presa del pánico, insistió tanto que la Federación Local hubo de ceder no sin sancionarle “por indisciplina sindical, inhabilitándole para desempeñar todo cargo sindical, político o administrativo”30 y hacer pública su desaprobación. La alternativa fue Peidro.31 El día 2 de enero “se le dio posesión del cargo de Consejero Municipal, dándole la presidencia la bienvenida en nombre de la corporación y le exhortó a que cooperara con entusiasmo a la obra administrativa del Consejo.”32 Hallándose vacante la sexta vicepresidencia se procedió a votar el consejero que la tenía que desempeñar, siendo elegido Peidro por dieciséis votos a favor y uno en blanco. Presidía el Consejo su compañero Ángel Ferrer y los demás consejeros libertarios eran Jorge Quiles, Enrique Vañó, Miguel Llorens, Rafael Candela, José Aparisi, Enrique Ferrer, Vicente Oriola y Miguel Martínez. Ángel Ferrer, Oriola y Martínez hubieron de incorporarse a filas (cumplían 42 años) y dejaron el cargo, sustituyéndolos en el mismo Luis Deltell, Luisa García y Santiago Valor. Quiles fue nombrado nuevo alcalde. El trabajo de Peidro consistió en conseguir suministros de cualquier parte del campo y en controlar su distribución de la forma más estricta posible mediante el recurso a cartillas. El resto de tareas del Consejo consistían en asuntos de trámite. Apenas intervino dos veces en las sesiones del Consejo; una para explicar que el reparto anunciado de jabón y azúcar habíase cumplimentado con respecto al jabón pero no con el azúcar por “el extraordinario trabajo que ha pesado sobre la dependencia con motivo del acoplamiento de carnets”; y otra advirtiendo que sobre el reparto de este último producto “se da prioridad a las necesidades de los niños y el sobrante para repartir, por lo que da un reparto de 50 gr. de azúcar”33, superando en desacuerdo de la Comisión de Abastos sobre el tema. Peidro predicaba con el ejemplo y en su casa había todavía menos comida que en cualquier hogar alcoyano y ni siquiera papel higiénico, para desesperación de Amparo, que sabía de “la abundancia” que disfrutaban algunos “compañeros”. Si el pueblo no tenía pan, él, encargado de procurarlo, tampoco debía tenerlo. Cuando acudía al restaurante colectivizado donde comían quienes trabajaban en al ayuntamiento, era el único que no tenía pan al lado de su plato. Esa actitud chocaba con la falta de moral cada vez mayor entre aquellos que ocupaban cargos en ausencia de los verdaderos militantes, pues no podían entender que un consejero de Abastos tuviera la comida tan racionada como el que más. La experiencia de la corrupción en las filas libertarias fue dolorosa y le causó pesimismo; pensaba que los burócratas de última hora habían sustituido a los burgueses. Si se ganaba la guerra habría que depurar a fondo todas las organizaciones. En honor a la verdad, la honradez de los viejos militantes cenetistas y ugetistas alcoyanos estaba fuera de duda; muchos, ante las críticas, habían puesto su cargo a disposición de la asamblea de su Sindicato, pero existían afiliados llegados a la Organización después del 19 de julio que, rehuyendo movilizarse, prosperaban en la retaguardia a costa del esfuerzo y el sacrificio de los demás. Cuando la crisis alimentaria dividió la sociedad republicana en dos nuevas clases, los que podían comer y los que no, buena parte de los que ostentaban cargos comían. El reemplazo de Peidro también fue llamado a filas, por lo que este tuvo que dimitir del cargo, lo que fue un alivio. En total había asistido a cinco sesiones del consistorio. Fue sustituido por Facundo Ferri.34 No se le destinó al frente sino a su antiguo trabajo en el IMAS, la fabricación de obuses. Así que volvió al taller socializado de Seguí, aunque siguió colaborando con Abastos.
Si nos atenemos a la prensa, la moral seguía inquebrantable, a pesar de las derrotas militares y los fracasos diplomáticos. El discurso de los dirigentes, los de la CNT-FAI incluidos, se alejaban infinitamente de la realidad a fuerza de ocultarla. Sin embargo, nadie se llamaba a engaño, la guerra estaba perdida. La retaguardia estaba abatida por la guerra; los bombardeos minaron definitivamente la moral de los alcoyanos. Los postreros se habían producido en febrero. Se odiaba más a la guerra que a los fascistas y dominaba un callado deseo de paz al precio que fuera, que se adivinaba alto. Ningún país prestaba la menor ayuda a la República, ni siquiera la Unión Soviética. Francia y la Gran Bretaña acababan de reconocer al régimen de Franco. Cataluña había caído en su poder. Con el abastecimiento paralizado, prácticamente sin comida, la población estaba agotada y desesperada. Salvo los comunistas, beneficiarios de la política de Negrín, el resto de fuerzas pensaba que resistir significaba prolongar las calamidades y pagar un mayor tributo de sangre. La guerra se había perdido y había que afrontar las consecuencias. El 9 de marzo el Consejo Municipal decidió reconocer al Consejo Nacional de Defensa, organismo que había puesto fin a la dictadura de Negrín (cuyo gobierno era ilegal tras la dimisión del Presidente Azaña) y que se proponía conseguir una paz sin represalias. Al contrario de lo que ocurrió en otros lugares, en Alcoi no se encarceló a los comunistas, primeros valedores de Negrín; solamente se les invitó a irse del consistorio. Peidro asistió a las reuniones que hubo en la Federación Local con Quiles, Vañó, Aparisi, Bou y otros compañeros responsables de la CNT, a la espera de acontecimientos. Pronto se vio que el acuerdo de paz era imposible y todos se prepararon para lo peor. El Consejo Nacional no constituyó la Junta de Evacuación hasta el 27 de marzo, pero las organizaciones se movieron rápido. Se recibieron órdenes del Comité Regional de la CNT que indicaban que aquellos que estuvieran en peligro debían preparar sus pasaportes y salir del país cuanto antes. Aún se tenía la esperanza de que la victoria de Franco sería de corta duración, y que habría que reconstruir el país tras su caída. Por lo tanto, primero debían marcharse los organizadores de las industrias colectivizadas, después los responsables militares y los militantes que no se sintieran seguros. Los presidentes de los Sindicatos serían los últimos, para dar ejemplo. El criterio seguido por el resto de organizaciones del Frente Popular era diferente, pues primaba a la jerarquía: “Primero, todos los miembros de las Federaciones Nacionales, les seguirán en orden a interés los de las provincias; después los sindicatos y las Federaciones Locales, todos los cuadros directivos, y por último todos los que se quieran marchar.” En cuanto a los pueblos de la provincia “se mandaban relaciones de compañeros que previamente eran designados para salir. Cada uno de estos grupos tenía que traer, o productos de la tierra, o dinero.”35 El 18 de marzo Peidro subió a su familia en un camión y la envió a comprar alimentos a Benifayó, puso en su maleta algunas herramientas de precisión y algo de ropa, lo metió todo en un saco y abandonó la ciudad al caer la noche junto con un grupo de compañeros metalúrgicos. Uno de ellos era Ricardo Baldó, joven secretario del sindicato del metal, que narraría mucho después los duros avatares de aquel exilio. No quiso despedirse pero dijo a su hija Carmencita que volvería al cabo de tres meses. Llegó a Alicante y en el Comité Provincial de la CNT le dieron un pasaporte con destino a México visado por los cónsules de Francia y México en Alicante. El 19 amaneció nublado, húmedo, frío. Había poca gente en la calle; las avalanchas no se producirían hasta el día 27. A media mañana se acercó al muelle para embarcar en el carbonero “African Trader” que zarpó con 859 personas a bordo.36 Los últimos abandonaron su equipaje en el puerto para trepar por las maromas. Otros fueron impelidos a arrojarlo al mar para dejar sitio. El barco pertenecía a la Mid. Atlantic Co., con tripulación inglesa, naviera contratada por en Gobierno Negrín con “el oro de Moscú” para el abastecimiento de la República. Venía de descargar varias toneladas de lentejas y en su bodega el olor a grano fermentado y carbonilla era tan intenso que picaba la nariz. La mayoría del pasaje iba en cubierta y tenía que descansar sobre planchas de hierro con grandes remaches. El objetivo era Méjico.
LOS SENDEROS DE LA HUMILLACIÓN
Una vez en alta mar fue avistado el acorazado franquista Canarias, que con la ayuda de dos fragatas trató de desviar el barco a Cádiz bajo amenaza de hundirlo. El “Trader” dio un giro y se dirigió al estrecho de Gibraltar. Se desató la alarma entre los pasajeros, algunos de los cuales rompieron pasaportes y otros documentos para arrojarlos al mar, pero un buque de guerra británico salió del peñón y le hizo de escudo. Finalmente, el Trader pudo escapar al acoso metiéndose en aguas jurisdiccionales francesas. Escoltado por un destructor de la Marina francesa, retrocedió hacia Orán y al llegar ancló en la entrada del puerto.37 Le faltaba combustible. Las autoridades francesas, profranquistas, enviaron cuatro lanchas torpederas para colocarlo en aguas internacionales. Un oficial subió a bordo con las órdenes de no-admisión y alejamiento inmediato. Cuando los soldados procedían a cortar el ancla con sopletes los pasajeros inutilizaron las máquinas haciéndolas reventar. El barco terminó siendo remolcado al muelle de amarre de los petroleros, en el acantilado llamado Ravin Blanc. Los inspectores sanitarios lo declararon zona infecciosa. Eso significaba que durante la cuarentena nadie podía desembarcar. Al cabo de tres días sin haber comido las autoridades francesas enviaron un cargamento de pan y botes de foie gras. Entonces un buque cargado con cincuenta españoles fue remolcado hasta cerca del “Trader”. Era el “Lezzardieux”, que venía de Valencia con quinientos pasajeros. También llegó el petrolero “Campillo”, desde Cartagena, y algunas barcazas, como la “Quita penas”, de Adra. Días después aparecía el “Strambook”, pequeño pero cargado hasta la chimenea con cerca de tres mil personas. Había salido de Alicante el 28. La gente estaba tan apretada que apenas podía levantar los brazos, sucia, agotada, realizando sus necesidades por la borda y preguntando a gritos por sus familiares. El mes de marzo en total llegaron nueve mil personas a Orán. De ellas se hicieron cargo los militares. La comida no varió hasta que un envío de víveres para la República, abandonado en el puerto, fue repartido. Se pudo comer alubias y patatas con jamón, cocinado en los botes vacíos de foie gras, con queso y chocolate de postre. Después vinieron pequeños botes con moros para comerciar y alguna ayuda de organizaciones humanitarias y de españoles residentes, que hicieron más llevadera la cuarentena. Peidro era de complexión delgada y de natural poco comedor, por lo que pudo resistir la escasez y la monotonía de la comida mejor que muchos. Otra cosa era la falta de agua y jabón con que limpiarse. Las condiciones eran tan infames que las autoridades accedieron a trasladar a los enfermos, ancianos, mujeres y niños a almacenes y locales preparados al efecto. Después fueron sacando a pequeños grupos. Por fin, pasados veintiocho días, el resto del pasaje (272 personas) pudo desembarcar, pero justo para cobijarse en tiendas de campaña para veinte personas montadas en la misma explanada del puerto y tumbarse en colchonetas de paja. De la supuesta infección de viruela, pretexto de la cuarentena, no se dio un solo caso. Las tiendas estaban rodeadas de alambre espinoso y custodiadas por negros senegaleses con fusiles armados con bayonetas. Todavía en el “African Trader”, los que tenían visado para Méjico rellenaron las fichas del SERE, el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, para saber de un posible embarque con destino a aquel país. Por supuesto, el grupo de alcoyanos que iba con Peidro había conseguido visado para aquel país en Alicante. El cónsul mexicano en París, Narciso Bassols, hacía de intermediario entre este organismo republicano y el gobierno francés, que ya no reconocía a la República. En una de las tiendas se cobijaba el grupo. Una primera demanda a la legación mexicana para “ser tenidos en cuenta para las próximas expediciones de refugiados españoles” lleva las firmas de sus componentes, todos de la CNT: Lorenzo Oriola, Antonio Sirvent, José Gironés, Ricardo Oltra, Enrique Borrell, Enrique Cabanes, Remigio San Rafael, José Juliá y el propio Peidro. Lorenzo Oriola, que representaba a todos, era hermano de Vicente Oriola, el líder del Textil que se había quedado en Alcoi, tenía 42 años y había desempeñado diversas funciones en el Consejo Revolucionario de Defensa y en el Consejo Ejecutivo Político Social, para luego ejercer de Consejero de Sanidad y Asistencia Social en el Consejo Municipal. Sirvent había sido miembro del Departamento de Orden Público del CEPS y de la Guardia Popular Antifascista, la “guapa”, para entrar luego en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia del Consejo. Remigio, de Cocentaina, era sereno, perteneciendo a la “Guapa” y luego a la policía municipal. Tenía 66 años. Borrell era un miliciano que anduvo por Teruel, con la 82 Brigada Mixta, y luego en la Escuela de Guerra. Juliá era un militante destacado que había trabajado en la Federación Local de Sindicatos de Ramo e Industria. Había sido secretario del Sindicato del Papel en 1934 y probablemente uno de los artífices de la colectividad papelera UGT-CNT. Cabanes (de 41 años), Oltra y Gironés (28 años) eran metalúrgicos como Peidro, responsables de la socialización del metal alcoyano.
Mientras los militares preparaban el transporte hacia el desierto dieron la orden de desinfección total y todo el mundo hubo de pasar por debajo de duchas improvisadas por el servicio de Sanidad. Escoltados por senegaleses y gendarmes hasta la estación, los refugiados fueron montados en vagones especiales para la tropa y partieron en dirección a Blida. Al cabo de doce horas, pararon en Blida y tomaron un poco de sopa; después subieron a otro tren. Tras dos días de viaje en total llegaron a Boghari, pueblo enclavado en las montañas, a doscientos kilómetros de Argel. Allí se apearon y recibieron un trozo de pan y dátiles, y siempre conducidos como prisioneros, marcharon a pie unos kilómetros en sentido ascendente hasta llegar a una planicie desolada, en la antesala del desierto, donde había un campo militar de maniobras. El 27 de abril unos seiscientos hombres extenuados entraron en Camp Morand. En días sucesivos fueron llegando más, hasta contabilizarse unos tres mil. Camp Morand era un puesto militar frecuentado por los batallones de castigo argelinos, compuesto por barrios de doce barracones cada uno, prefabricados y sin montar, rodeado por un rectángulo de alambradas, con los habituales vigilantes del Senegal. Una meseta de dos quilómetros cuadrados, todo piedras, sin un árbol, ni siquiera briznas de hierba. Por el día se llegaba a los 45 grados a la sombra; por la noche helaba. Ni acurrucándose entre trapos se escapaba del frío. Lo demás nos lo cuenta un militante andaluz: “El hambre, los insectos parasitarios y la suciedad eran nuestros constantes e inseparables compañeros (…) En cuanto a la comida que se nos daba diariamente, lo mismo al mediodía que por la noche, consistía en ciento cincuenta gramos de algo parecido a pan, al que no le habían dado tiempo para cocerse (así pesaba más) y un poco de caldo de un color indescriptible al que añadían algunas veces trozos de nabos y zanahorias, de escaso valor nutritivo, y las menos, algún garbanzo o habichuela que, gracias a nuestra sólida dentadura y al hambre que sentíamos, éramos capaces de masticar y digerir.”38 A Peidro le dieron dos bienvenidas mantas que no fueron suficientes y le enviaron a levantar una de las barracas. Acabada la edificación del campamento, los hombres se agruparon según sus inclinaciones políticas o sindicales. Los cenetistas, que eran unos novecientos –entre los cuales estaba Cipriano Mera—fueron los primeros:
“La explicación es sencilla: todos los demás sectores políticos o sindicales aguardaban las decisiones de sus dirigentes, esperaban extrañas solidaridades y hasta creían que las autoridades francesas iban a tener con ellos complacencias especiales. Por el contrario, los confederales no esperábamos nada de nadie.”39
Lo hicieron por regionales y eligieron a sus delegados y “alcaldes”, procurando que fueran capaces y de moralidad segura. Lo primero en organizarse fue la comida, después la limpieza y demás necesidades primarias finalmente el correo, la necesidad espiritual más urgente. Algo tan esencial como los mingitorios y las letrinas fueron construidos bajo la experta dirección de Mera. Se numeraron las calles y se puso letra a los barracones, se abrieron escuelas y quedó preparada una enfermería, atendida por médicos y cirujanos refugiados, pues se habían dado casos de paludismo. Un pabellón con duchas funcionaría dos veces por semana, cerca de una explanada que serviría como campo de deportes. Peidro se alojó en el barracón E sección 5, con los alcoyanos. Había bastantes, los del “Trader” y los que llegaron en el “Stambrook”: Ricardo Baldó, Cándido Morales, Miguel Blanquer, Ángel Ferrer, Sancho Bou, Sisternes, Manuel Juan, Tomás Payá… También había un grupo de cenetistas contestanos, en torno al secretario local de la Organización y alcalde, García Pla, y también querían ir a Méjico. La camaradería reinante hacía soportable la situación: se sentían “todos amigos porque juntos tenían que vivir por mucho tiempo y mostrarse solidarios, prestos a la ayuda personal que hubiera de necesidad.”40 Un día se levantó la incomunicación y empezaron a recibirse periódicos. Por otra parte la guerra se palpaba; soldados franceses entrenaban cerca de Camp Morand. A mediados de mayo, Peidro escribió a su hermano mayor Santiago, que vivía en Montelimar (Francia). Las cartas eran llevadas por compañeros a Orán, donde residían algunos alcoyanos emigrados. Muñoz Congost, de las Juventudes Libertarias de Alicante, que también estuvo en Camp Morand, ha descrito mejor que nadie el papel emotivo de la carta:
“Sólo quienes han sido arrancados de cuajo, por la violencia brutal de ciertos acontecimientos, de su lugar, saben la fuerza consistente que como lazo tiene esa hoja de papel que nos viene de allá donde quedaron nuestras raíces. Ese mensaje de los seres queridos, que nos trae el revivir de otras horas, como soplo que alimenta flaquezas y corta fiebres. Es un puente sobre el espacio y por el tiempo por el que nos permitimos volver y regresar, mantener el cálido diálogo con el escenario que es más nuestro que la misma realidad (…) Porque ahora lo puedo decir: nunca se sabe tanto, cuánto se ama lo que se ama, hasta el momento en que el trauma de las violencias humanas nos arranca del cuadro de nuestra vida, nos separan de lo que era diario y nos envía lejos, muy lejos de esos cariños que no sabemos valorar, cuando de ellos gozamos plenamente.” 41
Peidro envió dos cartas a Alcoi que no llegaron, sin duda interceptadas por la policía. Sólo la tercera, del 15 de junio, pudo ser leída por la familia. En ella preguntaba por todos, incluidos su sobrino Miguel, que ya había dado señales desde Francia, y por Gómez, a quien jamás volvería a ver. Pedía las señas de “nuestros primos residentes en Argel”, refiriéndose a algún alcoyano emigrado que pudiera servir de buzón y firmaba como Domingo, su malogrado hermano. Escribió también a su cuñado Silvestre pidiendo que auxiliase a su familia. Mientras tanto, el asunto de Méjico seguía adelante. En el campo, un Comité de la CNT compuesto por un miembro de cada regional que mantenía relaciones epistolares con el Consejo del Movimiento Libertario en Francia y con el secretario nacional Mariano R. Vázquez, removió el poso de la esperanza, pidiendo una relación de militantes con vistas a una posible expedición a Méjico organizada por el SERE. Como no había suficientes fondos, los enterados aseguraban que solamente emprenderían el viaje los dirigentes elegidos. Por su cuenta, en una carta a la legación mejicana de París, fechada el 2 de junio, el grupo inicial insistía en su petición, pues “habiéndose recibido en este campo de concentración noticias que dan a entender que dichas expediciones quedarán iniciadas muy en breve y siendo tanto nuestro interés en ser trasladados a este país (…) se toman la libertad de distraer la atención de Vd.” 42 A los pocos días, el consulado les envió las fichas del SERE y la condición del pago del viaje, pero el envío tardó en llegar al campo y el 18 de junio Marianet, la cuña cenetista en el Servicio de Evacuación, se ahogaba en el río Marne. Entonces, en otra carta advirtieron que “siendo tanto nuestro reconocimiento hacia el Pueblo Mexicano a cuyo lado quisiéramos demostrar nuestra simpatía, sentiríamos en el alma no poder conseguir nuestro propósito debido a carecer de medios económicos, mas crea V.E. que nos hallaríamos dispuestos a reintegrar el importe de los gastos que nuestro traslado ocasionara con el fruto de nuestro trabajo en tierras de la República Mexicana.” 43 La lista inicial se veía incrementada con los nombres de Cándido Morales, Miguel Blanquer, Alfredo Crespo, Enrique Samper, Eduardo Llopis, Carmelo Llopis, Anastasio Soriano y Francisco Bou. Morales era el dirigente más importante de la CNT de Alcoi, encabezó el Comité de Defensa y el CEPS, y había sido alcalde. Blanquer era un metalúrgico de 28 años, miembro de las Juventudes Libertarias, activo en el Comité de Defensa y en el CEPS, donde se hizo cargo del departamento de Orden Público (sección Justicia y Vigilancia). Ambos habían venido en el Stambrook. Samper había trabajado en Orden Público para el Comité Revolucionario de Defensa y el CEPS. En 1938 lo hacía en el secretariado de la agrupación local del SIM. Eduardo Llopis cabe que fuera un obrero papelero. De los demás, aparte del hecho de que fueran de Alcoi y seguramente de la CNT, no poseemos más datos. La respuesta de Bassols fue descorazonadora: “Siento manifestarle que no es posible que el Gobierno mexicano pague el viaje de usted y de sus compañeros a México, por lo cual conviene esperar a que el SERE los incluya en alguna de las expediciones colectivas que organiza y costea.” 44 Sospechando que al Gobierno de México le interesaba más el oficio, Gironés insistió en una carta firmada junto con Francisco Esteve y Liberto Llopis, tornero, chapista y chofer mecánico respectivamente, pero con igual resultado.45 Liberto había sido miembro de la Comisión de Orden Público en el CRD, a la cual se atribuían los “paseos” sufridos por la gente de orden. De todas formas, el SERE, falto de recursos, se desentendió del exilio africano y así, en Camp Morand, se evaporó el sueño mexicano.
Poco más tarde Peidro localizaría en Francia a su ahijado Miguel, que había conseguido salir del campo de Gurs en las compañías que el gobierno francés había organizado para disponer de mano de obra gratuita. Miguel contaba con sacar a Peidro de Argelia y traerlo a Francia a trabajar en el mismo taller. No obstante, en Argelia, todo cambiaba. En septiembre, Los domingos fue permitido ir a Boghari y disfrutar de una comida, comprar tabaco o papel de escribir, o simplemente pasear al aire libre. Las autoridades galas habían prometido reintegrar en la vida civil a quien presentara contratos de trabajo y se rumoreaba que habían fletado buques con destino América del Sur. Mientras, Peidro ideaba un sistema para asegurar la correspondencia alcoyana. Enviaría las cartas a su amigo Ferrándiz, de Orán, y éste a su hermano Santiago, que las reexpediría a Alcoi firmadas por “el tío Domingo”; igualmente, su hija mayor Amparín debía enviar sus cartas a su tío, para que a su vez éste las enviase a Camp Morand. Estaba verdaderamente preocupado por la suerte de sus familiares, dadas las perspectivas desfavorables para los humildes que ofrecía un país en ruinas. Amparo había recurrido al “estraperlo” para sobrevivir con tres hijos, pero dado el riesgo había abierto un “estanquet” en Caramanchel, donde servía almuerzos y bebidas. La hija mayor se había puesto a trabajar en una churrería y peinaba por las casas pudientes. Las noticias de su familia y de Miguel fueron calmando poco a poco su dolor interior y le permitieron cierto optimismo como demuestran las dulces palabras que le escribió a su mujer:
“Amparo te manifiesto que sigo en el mismo sitio que ya sabes y como puedes ver te escribo para que veas que sigo bien y que sigo queriéndote como siempre (…) mi mayor deseo sería el de poderos ayudar cuanto os hiciera falta, pero comprenderás que las actuales circunstancias no lo permiten y éste es mi mayor pesar, y no hay más remedio que esperar y tener paciencia, que ya vendrán tiempos mejores…”46
Corrían rumores sobre la inestabilidad del gobierno de Franco y se hablaba de volver. Como la vuelta a Alcoi contemplaba la renuncia a los ideales por los que Peidro había luchado y sufría exilio, ni se dignó escuchar al funcionario franquista que llegó a Camp Morand y trasmitió la promesa del dictador de no perseguir a quienes volviesen “sin las manos manchadas de sangre”. Pero esas palabras no eran ninguna garantía. Alguno de los presentes empezaban a recibir en sus antiguos domicilios requerimientos judiciales. Se conocían los juicios sumarísimos que no cesaban de enviar a la muerte a cientos de militantes. Probablemente Peidro ya conocía el trágico destino de Enrique Vañó. Bien que jamás se implicara en un acto de violencia, no tenía ninguna seguridad. Y aunque así fuera, el dolor de la separación no podía superar a la indignidad y la vergüenza de implorar el perdón del vencedor y traicionar a los compañeros. Tampoco se dejó llevar por la esperanza de volver gracias al restablecimiento de la Monarquía, en el que llegaron a creer entonces bastantes cenetistas, principalmente los que habían pertenecido a comités dirigentes, que propugnaban abiertamente la transformación del Movimiento Libertario en un partido político. ¡El rey tenía preparado un indulto!, decían. Pensaba que lo único que querían los monárquicos solicitando a la CNT era utilizar a los obreros como carne de cañón. Se hizo una consulta a los afiliados con la pregunta ¿Debemos participar en el Gobierno de la Monarquía como políticos? Lo cierto es que ganó el sí.
La cruda realidad es que estaban en un país que no les concedía el derecho de asilo, que habían sido sacrificados en aras de los equilibrios políticos internacionales, y que nadie se hacía eco de su existencia sino para exprimirla todavía más. Para muestra un botón. Francia entraba en guerra con Alemania y las autoridades francesas habían decidido que el desierto del Sahara pudiera atravesarse en ferrocarril. Para su construcción nada mejor que la mano de obra refugiada. Los campos de albergue forzado se convirtieron de la noche a la mañana en campos de trabajo esclavo. Quienes no quisieran enrolarse como voluntarios en las compañías que iban a trabajar en la línea Mediterráneo-Níger serían extraditados a España. Unos pocos prefirieron volver. El 25 de abril de 1940 un grupo de doce personas fue conducido el Marruecos español. A pesar de las duras condiciones de los campos, en dos años los repatriados no llegaron a trescientos. El viejo Remigio fue uno de ellos. No le fue mal, nunca hizo daño a nadie y apenas tuvo que soportar dos meses de cárcel. Otros escogieron la evasión, con resultados a menudo trágicos. En Camp Morand lo intentaron docenas. Los demás tuvieron que adscribirse al Octavo Regimiento de Trabajadores Extranjeros. El 30 de noviembre salió la Primera Compañía camino de Boghari, para coger el tren. Peidro como tornero había sido reservado para el trabajo en fábricas de armamento, pero en el último instante también los metalúrgicos fueron enrolados junto con el personal de oficinas y de almacenes, los cocineros y enfermeros, en una tercera expedición que se dirigió a la frontera marroquí. Peidro abandonó Camp Morand a mediados de enero de 1940 y subió a un infecto vagón de tren para desandar el camino y llegar al anochecer a Oujda, Marruecos. Al día siguiente un camión le llevó dando tumbos trescientos kilómetros más abajo, atravesando las montañas del Atlas, hasta el poblado de Bou Harfa. A Peidro, adscrito a la Novena Compañía de Trabajadores Extranjeros, Primera Sección, se le había vuelto el pelo blanco.
DONDE LAS FLORES SE SECAN LOS HOMBRES MUEREN
Los trabajadores forzosos arribaron al caer la tarde y recibieron unas “marabouts” (tiendas de campaña) para montar. Como no tenían experiencia, el viento las echó abajo durante la noche, dejándolos expuestos tiritando de frío. Al día siguiente fueron llevados en camiones hasta el desierto, donde debían trabajar bajo el sol desarenando una montaña rodeada de dunas, a temperaturas de hasta cincuenta grados y en medio de tormentas de arena. Al atardecer se tumbaron molidos en las colchonetas de paja de las marabouts. Y así fueron los días siguientes. Peidro llevaba más de un mes sin recibir cartas. Su hermano se había puesto enfermo y había interrumpido el correo, así que tuvo la alegría de leer varias cartas de golpe. De salud era de lo único que disfrutaba, “pues el trabajo que hago me tiene esclavizado y muerto de fatiga; me encuentro en este pueblo del Marruecos francés donde sólo hay miseria después de un largo y fatigoso viaje, construyendo una línea férrea. No paséis pena por mí pues como os digo la salud me acompaña, y si ésta me sigue, ya vendrá un feliz día en el cual podremos reunirnos todos y ser felices. Esa es mi única preocupación constante…”47
Bou Harfa era un pequeño lugar del sur de Marruecos, fronterizo con Argelia, que apenas podía ser localizado en los mapas. “Yo estoy aquí y no veo más que montañas y arena”, comentaba con ironía. Miguel le continuaba escribiendo y le decía tener relación con Esteve, el hermano de Quiquet, y con Pepe “el Negre”, el marido de la hermana de ambos, Anita. Todos militantes de la CNT. El correo funcionaba mejor y Peidro facilitó sus señas. El lugar no era muy seguro pues quienes dirigían los trabajos del ferrocarril eran un puñado de legionarios de diversas nacionalidades escogidos en razón de su crueldad y bajos instintos. El trato infligido a los españoles era brutal; trabajo en condiciones horribles, con jornadas intensas abrasados al sol dándole al pico y la pala; comida mala y escasa; higiene deplorable; continuos insultos y castigos arbitrarios, llegando hasta la tortura y el asesinato. Cuando Miguel le mandó trescientos francos le respondió que no lo volviera a hacer porque si aquellos perros sabían que tenía dinero podían liquidarle. Lo debió repartir entre sus compañeros o dar a la Organización. Al permanecer en contacto los militantes de la CNT, podían resistir mejor que otros las agresiones de los mercenarios que les vigilaban. Si algún grupo flaqueaba los demás le ayudaban a conseguir el cupo de los tres metros cúbicos, sin el cual lloverían medidas disciplinarias. Incomprensible, pero en aquel infierno las diferencias políticas se mantenían y marcaban otras. Los socialistas de la Novena Compañía habían decidido no protestar ante los rendimientos exigidos en los tajos, a fin de no buscarse complicaciones; en cambio los de la CNT optaron por resistir disimuladamente, sin provocar al esbirro: “Hacer lo menos posible, cubrir las apariencias, multiplicar los inconvenientes, los accidentes fortuitos, como sin quererlo. No se podrán saber nunca las carretillas, picos y palas desaparecidos en los terraplenes. Se corrió un rumor de que hasta un tractor, desaparecido, reposaba bajo varios metros de terraplén en un punto ignorado de la línea.”48
En marzo, Peidro se enteró de la muerte de su madre, que no por lo esperada, le afectó menos: “la noticia de la muerte de la abuelita me ha impresionado muchísimo, bien que ya la esperaba pues era tan viejecita la pobre que lo único que hacía en éste mundo era sufrir y daros mucho trabajo; que la tierra le sea leve y descanse en paz.”49 La correspondencia le calmaba ese ardor que provoca tanta contrariedad y tanta impaciencia contenida. El recuerdo permitía concebir esperanzas y hacer más soportable la realidad: “Mi suerte no es tan buena pero tengo esperanza y con ella me mantengo. Confío en que ha de llegar un día en el cual me sea más llevadera y más agradable.” En las sucesivas cartas hablará más de sí mismo: “No me falta de nada, y además tengo una chilaba de moro que me han dado, unos zuecos como los de los molinos de viento y un jersey de lana. Cuando vine aquí hacía bastante frío, pero ahora hace mucho calor y nos marchamos al amanecer, nos marcan el tajo y lo tomamos como tarea. Muchos días terminamos al mediodía y por la tarde no vamos a trabajar, porque hace un sol que levanta la piel. El jornal es de una diez por día, y hasta hoy llevo cobrados cuarenta y cuatro francos (…) Se nos dice que cuando terminemos la línea nos darán una prima nos darán una prima y tal vez la libertad para ir a la metrópoli. Ésta se terminará según mis cálculos para el mes de junio, pues el número de kilómetros que se tienen que hacer es de ciento veinte.”50 Por la remuneración deducimos que el trabajo de Peidro era el de menor calificación, el de peón, pues las pagas oscilaban entre uno y cuatro francos al día. “Como no tengo reloj para saber la hora a la que me levanto, no te puedo decir la hora exacta; aquí los relojes se mueren todos por el viento y la arena se va filtrando poco a poco hasta que se paran (…) Me levanto y es de noche, me voy al tajo y cuando llego a éste empieza a clarear el día. Me pongo a trabajar hasta las nueve poco más o menos, cuando dejo el trabajo para almorzar; luego sigo trabajando hasta las doce; luego dos horas para comer y otra vez al trabajo. Cuando el sol cae en busca de su ocaso, alto al trabajo y al campamento de regreso. Si hay agua, pues me lavo, y si no la hay, pues no me lavo. Entonces ceno y a dormir, hasta la mañana siguiente, la misma de todos los días. Cada ocho o diez días nos traen una ducha ambulante y nos duchamos y quedamos como nuevos. Después, a lavarme la ropa y a coserme algún roto, o botón si me hace falta, y la tarde la dedico a escribir a todos y a leer si tengo que leer, y si no tengo, pues me marcho de paseo por estos montes extraños y tristes. Esta es mi vida por aquí, monótona y triste como las montañas.” Más adelante habla de la buena relación con sus compañeros y de su estado de ánimo: “Ocupamos una tienda de campaña doce hombres, que formamos uno de los equipos; nos portamos entre nosotros muy bien y a mí me quieren mucho, como yo a ellos, y procuramos pasarlo lo más agradable posible a la luz de un carburero que nos hemos comprado (…) me mantengo fuerte como un roble, y como si los años no pasaran para mí, tengo el mismo genio y estoy siempre alegre y de buen humor; quien me ve me dice que para mí no hay penas, aunque la realidad es muy otra, y creo que mis canas son más bien por las penas que por los años.”51 Peidro conocía la dureza de la vida desde pequeño y sabía cómo encararla. Hacía al mal tiempo buena cara, guardando para sí sus pesares y resistiendo como podía a la nostalgia. La foto que envió desde Colom-Béchar nos muestra a un hombre entrado en los cuarenta, con aire de despiste, firme pero algo avejentado. Él mismo preguntaba irónicamente si conocían “a éste que parece que esté mirando a la Luna y pensando en algo que está muy lejos.” Cuando acababa el trabajo se ponía a escribir: a Miguel, a su compañera, a su hermano, al “Negre”… Después contemplaba en las fotos de Amparo, a quien “quería cada vez más”, y de sus hijos, “la transformación que el tiempo ocasiona”, lo que daba ganas de verlos y le subía la moral. El paisaje invitaba a la ensoñación y al recuerdo; Alcoi, sus montañas, la paella campestre familiar y todos los pequeños placeres que dulcifican una vida excesivamente sacrificada, en la que los otros contaban siempre más que uno mismo. Le embargaban sentimientos contrarios, alegría y tristeza, esperanza y desespero, preocupación e indolencia. No paraba de escribir que estaba bien, que no necesitaba nada aparte de menudencias como un librito de papel de fumar o sellos para su reciente colección, o un programa de fiestas (le gustaba “la filà dels contrabandistes”, pero la preferida era la de “les tomasines”). No quería que su familia penase más por él; bastantes apremios sufría ya. Amparín ya no trabajaba en la peluquería y Carmencita dejaba la escuela para ponerse a trabajar en la fábrica de goma. Miguel le mandaba de Francia paquetes con papel de escribir y comida. No necesitaba más, aparte del calor de los suyos que no podía tener.
A finales de mayo tuvo una buena noticia, la de su traslado a mejores lugares con la Sexta Compañía. Francia había entrado en guerra con Alemania y necesitaba nuevos campos de entrenamiento y de albergue de prisioneros. Atravesó Argelia, pasó por la ciudad de Constantina y entró en Túnez. Se quedó en Le Kef, ciudad en la frontera con Argelia, trabajando en las alambradas, aunque con tendencia a mejor, “y en lo que respecta al clima, pues ni que decir tiene que he mejorado cien por cien, pues aquí hace una temperatura muchísimo mejor que en donde estaba.”52 Por las noches seguía haciendo frío pues decía que “estuve unos días acostándome vestido”. Después fue trasladado a Túnez como especialista mecánico. En las misma capital Túnez llegó a sentirse bien pero apenas llegado sufrió un bombardeo; “no había seguridad ni sosiego (…) parecía que el mundo iba a arder por los cuatro costados, como un infierno en llamas de exterminio”. Días después se firmaba el armisticio y a Peidro se le acababa el trabajo, siendo conducido de nuevo a Blida, y de allí a Camp Morand: “De todos los sitios que he recorrido es en éste en donde mejor me encuentro en cuanto a la salud se refiere, y referente a tranquilidad, lo mismo.”53 En el campo de refugiados se encontró con viejos conocidos alcoyanos, los últimos en abandonar los barcos anclados en el puerto de Orán, que habían permanecido en el campo hospital de Suzzoni, cerca del pueblo de Boghar, con los que comió una paella campestre.
Tanto trajín le había alborotado el correo, perdiendo cartas. Las que llegaron a Bou Harfa se las guardó Navarro y no las envió hasta que Peidro le escribió dándole sus señas. En Alcoi estuvieron tres meses sin saber nada de él. De Miguel no sabía nada desde hacía más de un mes, cuando le escribió desde París contándole sus planes de emigrar a las Américas. La derrota de Francia y el armisticio con los alemanes significaban para Peidro y sus compañeros la vuelta al desierto, cuando ya estaba harto de dar paletadas y retorcer alambre. Como muchos españoles, estaba indignado por el inaudito maltrato recibido por parte de un gobierno burgués supuestamente democrático, pero con Pétain las cosas amenazaban con ir a peor. En efecto, desde septiembre, la administración de los campos ya no era civil, sino militar, y para los militares los refugiados no eran más que prisioneros de otra guerra. Se alimentaban a base de nabos hervidos y vivían bajo la constante amenaza de ser enviados a una compañía de trabajos disciplinarios. Los vigilantes eran auténtica escoria social, depravada y cruel, dispuesta a emprenderla con los indefensos, llegando a las afrentas más humillantes y a los castigos más inhumanos. El optimismo de los primeros días de infortunio se había desvanecido, y aunque la solidaridad funcionaba las posibilidades de resistir eran menores. Peidro pensaba marcharse a América a la primera ocasión, por más que no le gustase viajar y por más que el viaje le alejase aún más de los suyos. El 22 de agosto el gobierno de Méjico y el de Francia habían firmado un acuerdo en virtud del cual Méjico se comprometía a acoger 120.000 refugiados. Peidro tenía visado para Méjico y llegaban noticias de fletes organizados por la JARE (Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles), en cuya dirección estaba el ex ministro de la CNT Peiró; pero también cabía la posibilidad de evadirse del campamento con la ayuda de los compañeros, y si conseguía alcanzar Casablanca, otros compañeros le subirían a un barco. A finales de agosto Peidro estaba en el oasis de Colom-Béchar, preparado para empuñar de nuevo el pico en el Gran Erg: “me encuentro unos cuantos kilómetros más adentro de donde estaba antes, o sea, de Bou Harfa; el clima es muy parecido y el trabajo es el mismo.”54La Sexta Compañía trabajaba en las dunas, a unos veinte kilómetros del oasis de Mengru,55 acarreando arena, en razón de tres consabidos metros cúbicos por persona. El frío intenso de la noche era desagradable, “pero lo que más molesta es el viento. Éste si que es terrible, y siempre viene acompañado de arena, que te da en la cara y te pincha. Cuando viene del norte se llama Simún, y cuando es del sur, Siroco. Uno y otro se encargan de llevar la arena de un lado para otro, y entre los dos empeñados en molestarnos, nosotros, dispuestos a resistirlos.” 56 Peidro era algo fatalista y al dejarse llevar por lo que le deparaba el destino confiaba lograr su objetivo, que no era otro que regresar a Alcoi; “un mal no dura cien años”, escribía, y como buen estoico afirmaba que“el tiempo y las circunstancias son los factores que determinan nuestra suerte buena o mala, y a nosotros nos toca aceptar las cosas tal y como vengan. Tened pues valor como yo lo tengo hasta el final.”57 Mantenía contacto con refugiados de diversos campos y ello le permitió recuperar las cartas extraviadas en los desplazamientos. Así pudo recuperar la correspondencia con Miguel, que era, desde el punto de vista práctico, la más importante. El proyecto de establecerse en América se deshizo, por lo que se apresuró a decirle a su mujer que el viaje iba “para largo y lo mismo puede suceder que vaya como que no.” Los primeros meses de 1940 salieron de Francia algunos barcos de refugiados rumbo a Méjico pero solamente llegaron a Santo Domingo. Después, nada. El SERE se disolvió, y el nuevo organismo de ayuda reconocido por la Comisión Permanente de las Cortes en el exilio, la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, JARE, empleaba sus fondos en asentar a los refugiados llegados a América; los de África no recibían prácticamente nada.
Para Peidro volvían la monotonía y el lento discurrir de las horas que combatía escribiendo, copiando poesías, dibujando a sus hijos y moviéndose. Prestaba especial atención a su hijo pequeño Alberto, escribiéndole aparte y dándole consejos. En una carta contaba:
“El domingo pasado me fui con unos amigos a ver un “oasis” [Mengru] que se encuentra a unos 15 kilómetros de donde estoy y me gustó bastante. Es un rincón entre montañas, donde se encuentra un pequeño nacimiento de agua, una cábila de moros que viven como pueden, llenos de miseria. Hay unas trescientas palmeras con sus dátiles que ya se van terminando, pero que están muy ricos, maduros de la palmera. Nos compramos tres kilos para merendar y nos los comimos entre los cinco que fuimos. Estando comiendo debajo de una palmera, vinieron unos cuantos moritos y nos rodearon, sentándose a nuestro lado. Tenían todos de cinco a nueve años, e iban muy sucios y llenos de moscas los ojos y la boca, pues estas moscas abundan mucho por estas tierras y no dejan a uno ni a sol ni a sombra. Yo les enseñé el retrato de Albertín y se fijaron mucho. Se reían de verlo y daban muestras de gustarles la indumentaria, señalando el jersey y la camisa blanca con cuello. El lugar sería muy bonito si estuviera en otro sitio…”58
Se acercaba el fin de año y Peidro recibió varias cartas. Al campamento llegaba el correo tres veces por semana, pero las cartas pasaban por la censura de la Dirección General de Seguridad de Valencia, o por la de Alicante, o incluso por Madrid, y la policía las retrasaba hasta tres semanas, o simplemente las extraviaba o las retenía. Se alegraba de que “el estanquet” funcionara mejor, pero, como conocía lo que podía dar de sí, se maravillaba que cuatro personas pudieran vivir de él. La verdad era que malvivían. En una carta le comunicaban que su “inolvidable Gómez” se encontraba en Vila-Real. En otra, su hermano le confesaba su angustia por el hijo desaparecido en la guerra, del que no había vuelto a saber nada; en otra más Miguel le decía que se encontraba sin trabajo. Y entonces llegó un golpe de suerte, de esos en los que creía:
“Hasta la fecha ya sabéis el trabajo que hacía, que me era muy pesado porque no era de mi profesión. Pues bien. La víspera de la Nochebuena me mandaron llamar de la compañía base para examinarme de tornero y me aprobaron, y hoy me encuentro en dicha compañía [la Quinta] que está en el mismo pueblo de Colom-Béchar. Puedo ir todos los días si quiero a pasear y además, si uno tiene dinero puede tomar un café y estar rodeado por la civilización. En fin, la situación varía mucho. De estar en un marabú sin más horizonte que inmensas llanuras de arena, sin ver más personas que los de la compañía, día tras día y semana tras semana, a estar en un poblado como éste, que tiene un oasis de palmeras y un bonito río con bastante agua, hay en ello bastante diferencia, que sólo sabemos apreciar los que todo esto conocemos. Además me han dicho que ganaré una prima de seis francos diarios, que es más del doble que me daban…” Si en Alcoi había tenido unas Navidades gélidas como dijo la prensa,“ Aquí hace mucho frío, más de lo que me figuraba, pues, cuando hace calor es asfixiante y cuando hace frío no se puede parar. Con decirte que yo tengo en la cama cuatro mantas y el abrigo, que no me sobra…” 59
Béchar era un pueblo bereber enclavado en el desierto, un “centro comercial adonde acuden grandes caravanas de camelleros mercaderes que comercian los frutos del Oasis de Gardaia y productos adquiridos en el Zoco Chergui. Sus anchurosas calles, como urbe nueva, ofrecen bella estampa al paso denso y polvoriento de los camellos cargados, dirigidos al zoco entre gran griterío.”60El pueblo es grande “y está construido al lado de un oasis como la mayoría de los que hay por aquí, porque fuera de estos rincones no hay más que desierto de arena y montes completamente pelados, donde no se encuentra ni una sola mata de tomillo, y por tanto, resulta todo muy feo. Aquí, en este rincón, hay un río con bastante agua que se pierde unos kilómetros más abajo, y que está bordeado por los dos lados por un pequeño bosque de palmeras que hace el lugar muy pintoresco, más todavía por encontrarse en medio del desierto. Hay también dos piscinas, una para los militares y otra para el personal civil, y cuesta tres francos el bañarse. Un pequeño parque con dos puercos jabalís, un avestruz muy grande y unos cuantos animalitos que son poco más o menos como las zorras. El pueblo está habitado por árabes, judíos, militares destacados y algunos europeos, los menos. Hay tres cafés y otros tantos bares, y algunos cafetines moros que parecen buhardillas por lo sucios que son. Hay una plaza grande donde acuden los moros al mercado y traen verduras y dátiles. A veces, por la noche, se llena de camellos que van y vienen del interior del desierto transportando mercancías que venden en los pueblos, pues casi todos se dedican al comercio y al ganado…”61
Peidro se encontró a gusto con su torno, pero su cabeza estaba en otra parte a la que le ataban recuerdos imborrables, pero “el destino manda y éste quiere que las cosas sean como son y no como nosotros quisiéramos. De todas formas el tiempo es un señor que dice la verdad y en el que debemos confiar. Dejemos pues al tiempo que corra y pase ligero hasta llegar al destino de cada uno, que hasta el fin nadie es dichoso.”62 Fatalismo puro que denotaba un cansancio espiritual parejo al físico. La última estancia en el desierto había resquebrajado su salud y estaba tan delgado que quiso engordar antes de fotografiarse. Se sentía cansado y enfermo, con sólo cuarenta y cuatro años, pero le preocupaba más las noticias que venían en los periódicos sobre la miseria que padecía la población en España. Su gente no tenía pan y a él en esos momentos le sobraba, sin que pudiera mandar una migaja: “No tengo alegría porque no puedo tenerla, y lo que más me apena es que no puedo ayudaros como sería mi gusto y deseo; esto es un sufrimiento para mí.”63 Además, tres falangistas, Senabre, Polaina y El Mellat, habían pasado por el estanquet y habían molestado a Amparo, como para recordarle que el fascismo español ni le perdonaba ni le había olvidado. Al despuntar abril se hizo por fin la foto en plena plaza de Colom-Béchar, la plaza donde paraban las caravanas, cuyo pintoresquismo le recordaba a la plaza de Alcoi en fiestas de Moros y Cristianos. Incluso consiguió recordar la letra de la canción “Mi Caravana”, que le gustaba tararear. Bromeaba sobre su pinta y su pereza de afeitarse (“sigo siendo el de siempre, pues dicen que genio y figura hasta la sepultura”). Por fin buenas nuevas: Amparín volvía a la peluquería y Miguel tenía buenas perspectivas. Al final “bien podremos saborear el bien, habiendo pasado por tanto mal.” En el dorso de la tarjeta postal que acompañaba a la carta del 19, la última, Peidro anotó una cuarteta de su cosecha, lo que en vista de acontecimientos posteriores, era un involuntario epitafio:
“Desde que me salí de esa,
pisada buena no he dado.
¡Maldita sea la hora
que me marché de vuestro lado!”
Podemos imaginar que al atardecer de un día de abril Peidro dejó el cafetín en el que descansaba después de la cena, cruzó la plaza de Béchar entre los camellos y las hogueras de los beduinos y fue a pasear a la ribera del río bajo las palmeras. No se lió un pitillo; había dejado de fumar. Se debió sentir muy mal y volvió al barracón. Sería el primer aviso. Volvió a Bou Harfa y llegó un día que no pudo levantarse. Pasaron unos días más y empeoró. Dejó de comer. Intentó reanudar su correspondencia pero ya no pudo. Tanto sufrimiento contenido, tanto trabajo esclavo en pésimas condiciones, tanta paupérrima alimentación, pasaban factura. En Béchar sólo había una simple enfermería y en Bou Harfa, menos que eso. Sus compañeros debieron verle muy grave porque movieron cielo y tierra para llevarle a Oujda en lo más parecido a una ambulancia. Le arreglaron papeles. “Hemos hecho todo lo que hemos podido”, dirá más tarde Navarro en nombre de todos. A primeros de mayo ingresó en el hospital militar de Oujda y estuvo en observación, haciendo muchos amigos, algo para lo cual tenía facilidad. Encontrándose cada vez peor, el 31 de mayo fue operado, encontrándole los médicos un cáncer de estómago en estado muy avanzado. Nada que hacer. Era demasiado tarde para una intervención y regresó a la sala. Jamás supo su dolencia fatal; los amigos no quisieron amargarle sus postreros días notificándole de su cercana muerte. Se pusieron en contacto con Miguel y le tuvieron al tanto de la situación. Por medio de Ferrándiz, que vivía en Bel Air (Orán), la enfermera que le atendía envió carta a Alcoi informando de todo a Amparo: “Debo preveniros de que su marido puede vivir todavía un tiempo, pero, por desgracia, muy poco. Tened por seguro que ignora su estado y está rodeado de todos los cuidados necesarios.”64 La carta estaba escrita en francés y ni Amparo ni los hijos entendieron una palabra, pero temieron lo peor. Lo peor llegaría al cabo de dos meses, cuando Miguel recibió en Limoges carta de Oujda. Decía así:
“Su señor padre y muy estimado amigo nuestro dejó de existir en la noche del día 21 al 22 de los corrientes; sus sufrimientos en los últimos momentos fueron muy leves y apenas se dio cuenta de la llegada del fatal instante. El reducido número de españoles y amigos que nos hallábamos aquí hemos procurado lo imposible para que fuera bien atendido durante su estancia en ésta; y luego los que podían andar tuvieron el gran honor y satisfacción de acompañar a su querido padre hasta su última morada. Excuso decirle el momento el momento tan doloroso que para nosotros representó tal acto y puede tener Vd. La completa seguridad de que nuestros sentimientos se asocian a su pena y a la de sus queridos familiares, junto con los cuales nos condolemos por la pérdida de este gran hombre y valeroso compañero de lucha.”65
A Peidro le gustaban los poemas, por lo que le irían bien los versos de alguien que vivió e interpretó el sufrimiento de esos días:
“Ya te jugaron la última partida
mi viejo antifascista,
y con la doble blanca
ganaron Francia y Franco.
(El desierto está blanco,
negras son las alambradas,
a lo lejos, un moro; cerca, un pájaro.)”66
Su más próximo amigo, el alcoyano Antonio Navarro, que fue miembro del Consejo de las IMAS, se encontraba en Bou Harfa y no se enteró del óbito hasta pasados varios días. En nombre de todos los alcoyanos y amigos de Peidro escribió “con mucha pena, en nombre de todos los amigos y paisanos” una carta de sentido pésame a Amparo67, a la que tocaba verdaderamente superar esta terrible prueba. Lo hizo. Peidro dijo de ella que era una mujer especial. La dirección del hospital no quiso que la maleta con su ropa y herramientas y los setecientos francos que poseía fueran enviados a sus amigos íntimos Ferrándiz y Ferrer, residentes en Orán. Las normas establecían que las posesiones de los fallecidos habían de depositarse en el consulado español para ser remitidos a la familia. Nunca llegaron a su destino. Ese mes algún honrado funcionario de la dictadura vio incrementado su peculio en unos cientos de francos “rojos”. El viento del desierto borró su pista como hizo con su vida: de Peidro no hemos encontrado rastro en los archivos franceses. Tampoco parece que la policía de Alcoi se preocupara por él más allá de 1940. Su nombre no aparece en los centenares de informes que conserva el archivo municipal. Los campos de trabajo fueron disueltos en 1943, tras el desembarco de los aliados en África, y los españoles, liberados. De los canallas que los dirigían, muy pocos fueron juzgados. A partir de aquel año fueron poco a poco regresando a Alcoi muchos de los que se fueron aquel aciago mes de marzo. Ningún juez militar se interesó por él. Tan solo en una “relación de los individuos comprendidos en el informe que se remitió por este puesto [233 comandancia de la guardia civil de Vila-Real] en 26 de abril de 1945” figura un Juan Peiró que “se supone en Alcoy”.
Aunque no se comprende la Revolución Española, a la que tantos han querido ocultar, sin el ejemplo de luchadores como José Peidro, sus nombres pasarán desapercibidos ante las gentes. Ellos fueron la savia y la fuerza del anarquismo obrero. Defendieron sus principios y sus anhelos incluso en la más dura adversidad. Sólo quienes conocieron su trabajo callado, su calidad moral y su valor, veneraron su recuerdo. Después, nadie; como bien dijo un poeta griego, los verdaderos héroes escriben su nombre en el agua.
Terminado de escribir en noviembre de 2004. Revisado en junio de 2020.
ARCHIVOS CONSULTADOS
Arxiu Municipal d’Alcoi
Arxiu Municipal de Vila-Real
Arxiu Municipal de Castelló
Hemeroteca Municipal d’Alacant
Hemeroteca Municipal de Valencia
Arxiu Històric Municipal de Barcelona
Archivo Histórico Nacional de Madrid
Archivo Histórico Nacional de la Guerra Civil de Salamanca
(Centro de Documentación de la Memoria Histórica)
Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam
Centre des Archives d’Outre-mer. Aix-en-Provence
Bureau Central d’Archives Administratives Militaires. Pau
Archivos de la democracia. Universidad de Alicante
Pàgina de internet Alacant Obrera
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1“A la opinión pública y en particular a la organización confederal”, Agitación, 28-VIII-1937.
2“A todos los Sindicatos, Federaciones Locales y Comités Comarcales”, Circular nº 3 del Comité Provincial Jurídico Social, Agitación,11-IX-1937.
3“La CNT en Castellón”, Agitación, 11-IX-1937.
4Acta del Consejo Municipal del 3-VII-1937.
5Acta del Consejo Municipal del 30-VII-1937.
6“Desde Villarreal. Medidas prácticas y radicales”, firmado por “uno de Villarreal”, Fragua Social, 19-VIII-1937.
7Acta del Consejo Municipal del 30-IX-1937.
8Reglamento de la Colectividad Productora Campesina de Villarreal. AHNGC, Salamanca, PS Castellón.
9“Federación Regional de Campesinos de Levante. Provincia de Castellón”, Agitación, órgano provincial de la CNT-FAI-FIJL, 16-X-937.
10“Desde Onda”, Agitación, 30-X-1937.
11Datos recogidos por la FRCL y presentados al Instituto de Reforma Agraria, en el libro Ugetistas y Libertarios de Aurora Bosch.
12Carta del SUOV de Villarreal al CR de Defensa, 24 noviembre 1937, en AHNGC, Salamanca, PS Madrid.
13Hay talonarios de recibos en AHNGC, Salamanca, PS Castellón carpeta 188. En uno figura Juan Peidro y en otro Miguel Monserrat.
14“De Villarreal. Un éxito de Solidaridad Internacional Antifascista”, en Agitación, 8-I-1938.
15Acta del Consejo Municipal del 25-I-1938.
16Reseña en Fragua Social, 22-III-1938.
17Acta del 24-IV-1938.
18Causa General de Castellón y su provincia. Villarreal.
19Juan Curto, Pascual Bono, José Casinos y Vicente Peris fueron capturados al finalizar la guerra y fusilados en Castellón, según el libro de V. Gabarda Els afusellaments al País Valencia.
20De los libros de Salomé Moltó, Socialización y Colectividades Alcoyanas y Alcoi (1936-1953). Socialización, colectivización y represión.
21“Transformación económica de Levante”, Gueito, Fragua Social, Valencia 25-IX-1936.
22Testimonio de Víctor Boronat Ripoll.
23Joaquín no escapó al acabar la guerra, quedándose en Valencia. Los nacionales nunca le molestaron.
24“La Nueva Aristocracia”, Nosotros, portavoz de la FAI, Valencia, 7-XI-1936.
25Cita de su obra La Conquista del Pan.
26“Departamento de Abastos”, Humanidad, portavoz del Frente Popular Antifascista de Alcoy, 1-XI-1938.
27“Al pueblo en general”, Humanidad, 16-XI-1938.
28“El Consejo Municipal”, Humanidad, 2-XII-1938.
29“UGT. La magna asamblea de anoche”, Humanidad, 10-XII-1938.
30“CNT-AIT (Federación Local). A la opinión pública alcoyana”, Humanidad, 11-I-1939.
31“En la casa de la ciudad”, Humanidad, 1 y 3-I-1939.
32Libro de actas del ayuntamiento de Alcoy, sesión extraordinaria del 2-I-1939. Arxiu Municipal d’Alcoi.
33Libro de actas, sesiones extraordinarias del 30-I y del 6-II-1939.
34Libro de actas. Sesión extraordinaria del 13-II-1939.
35Los Vencedores de Negrín, Edmundo Rodríguez.
36“Los barcos del exilio”, Diario de Levante, 1-XII-2002. La Federación Socialista de Alicante, reunida en Orán el 5-VII-1939, dio la cifra de 1250 evacuados y apuntó que era un vapor francés.
37Según Baldó en Un cuento escrito en la arena. En otro libro dice que el buque fue a Orán en busca de combustible y provisiones.
38Guerra, revolución y exilio de un anarcosindicalista, Antonio Vargas.
39Guerra, Exilio y Cárcel, de Cipriano Mera.
40Exiliados españoles en el Sahara, Ricardo Baldó.
41En Tierra de Moros. El exilio español en el Magreb, Muñoz Congost.
42Carta de Lorenzo Oriola, 2-VI-1939, en memoricamexico.gob.mx/.
43Carta de Lorenzo Oriola, 15-VII-1939.
44Carta de Narciso Bassols a Lorenzo Oriola, 22-VII-1939.
45Carta de Juan Gironés, 17-VII-1939.
46Carta del 12-XII-1939, conservada por la familia.
47Carta del 11-II-1940.
48Testimonio de Manuel Suárez, de la 9ª Compañía, en Por Tierra de Moros de Muñoz Congost.
49Carta del 6-III-1940.
50Carta del 15-III-1940.
51Carta del 31-III-1940.
52Carta del 5-VI-1940.
53Carta del 8-VII-1940.
54Carta del 4-IX-1940.
55Exiliados españoles en el Sahara, Ricardo Baldó.
56Max Aub, que se encontraba en las mismas condiciones que Peidro, dedicó al simún un poema, cuya primera estrofa dice: “Viento loco, tierra seca,/ boca sedienta, sediento./ Mundo ciego, arena en el cielo./ Polvo, tormenta y tormento.”
57Carta del 19-IX-1940.
58Carta del 19-XI-1940.
59Carta del 4-I-1941.
60Exiliados españoles en el Sahara, Ricardo Baldó.
61Carta del 19-I-1941.
62Carta del 4-II-1941.
63Carta del 19-IV-41.
64Carta de la enfermera Q. Noel, 3-VI-1941.
65La carta, del 26-VII-1941, iba firmada por Antonio López, M. Cruañes, G. García Polo, Diocleciano Sánchez, Francisco Quevedo y B. Payans, compañeros del hospital. En el Registro Civil de Oujda consta como Juan Jose Pedro Villaplana, trabajador del grupo cincuenta I Agrupamiento A de Trabajadores Extranjeros en Bou Harfa fallecido el 22 de julio de 1941.
66“Elegía a un jugador de dominó”, Max Aub.
67Carta de Antonio Navarro, del 9-VIII-1941.
Hola, yo soy nieta de Ricardo Oltra y me he dado cuenta que el ha sido citado en el texto. Podriás decirme donde puedo encontrar este “Testimonio de Víctor Boronat Ripoll”? Yo vivo en Brasil entonces si tienes alguna copia le agradecería muchísimo.
Hola, pasamos tu consulta al autor y te contestamos en breve por mail. Un saludo, Joan
Muchísimas gracias!