En estas líneas trataremos de acercarnos a la transformación que supuso el inicio de la Revolución Industrial en nuestra comarca. Por su complejidad no podremos más que abordarlo de manera introductoria, basándonos sobretodo en los ejemplos de la industria textil local, que fue la de mayor importancia, aún a costa de dejar de lado otros procesos significativos como el del sector papelero. Se trata pues de un estudio de ámbito comarcal y sectorial pero que por sus características, podrá ser parcialmente representativo de un proceso de mayor amplitud histórica y geográfica. No cabría descuidar que, en general, el curso de la historia no se da con unos límites tan estancos como a posteriori la historiografía le suele adjudicar. En cualquier caso, por motivos de espacio, terminaremos aplicando lindes temporales que nos ayuden a ubicarnos en un contexto concreto, aún a sabiendas de su habitual falta de exactitud. Entendemos el transcurrir de los hechos como un proceso acumulativo, pues hasta en los momentos de mayor ruptura, los cambios no se dan sin un cierto grado de integración.
La mayor parte de la población alcoyana se dedicó a la agricultura durante muchos siglos. La ganadería fue bastante numerosa y la cría de animales en corrales domésticos, un hecho común. También era habitual la caza, sobre todo de conejos y perdices, así como la pesca de río, que completaban el auto-abastecimiento alimentario en la época preindustrial. No se ha de entender, en todo caso, que toda la población local vivía exclusivamente dedicada a la agricultura, pero sí que el proceso de especialización en los diferentes oficios fue muy lento y mayormente vocacional. Visto así se podría afirmar que la mayor parte de la vecindad estaba formada por campesinos y campesinas, aunque algunos y algunas practicaran comúnmente otros oficios. Así las cosas y ya centrándonos en el caso del textil, cada vez fue mayor el tiempo dedicado a las actividades manufactureras. El progresivo despegue de la producción local, sobretodo a partir del siglo XV, propició un continuo aumento de la demanda de mano de obra que poco a poco iría abarcando a una amplia región circundante.
La manufactura alcoyana centraba su actividad principalmente en la producción de paños de lana. El proceso artesanal, que se dio especialmente entre los siglos XVI y XVIII, se basaba en un procedimiento complejo que implicaba una gran variedad de oficios.
Los pelaires tenían el control sobre el ganado, de donde se obtenía la materia prima. Esta provenía de sus propios rebaños, pero ante una demanda creciente recurrieron a otros ganaderos de la zona y más tarde, a mercaderes castellanos. El veedor seleccionaba la lana del ganado, escogiendo una u otra según el producto a la que iba destinada. El esquilador obtenía la lana y la separaba según su calidad. En los obradores, propiedad de los pelaires, se seleccionaba y separaba la lana blanca a un lado y la oscura o buriel a otro. Allí, la fibra era escaldada en agua caliente, lavada y dejada secar en el suelo o colgada de cordeles. En este punto la hebra era llevada a los pueblos, a casa de familias campesinas, donde se desempolvaba retirando la tierra y la suciedad, se emborraba, se repasaba y se cardaba. Mientras, le iban añadiendo aceite hasta que estuviese preparada para ser llevada a las hiladoras, que la hilaban. Estas tareas eran realizadas con cardas y tornos por parte de mujeres y niños que recibían un jornal1 por libra de mechón o de hilo. La hilatura era entonces llevada de vuelta a la villa, a los tejedores. En el obrador de casa se iban tejiendo lentamente los paños, pasada tras pasada, con la ayuda de un llançairet –niño aprendiz del maestro tejedor- que se encargaba de impulsar la lanzadera de un lado a otro del telar. Hecho esto, las piezas eran colocadas en un molino batán. El batán era un sistema de mazos que, accionado por un sistema motriz hidráulico, percutía sobre la tela con tal de hacerla fuerte y disminuir su conductividad calorífica. Allí mismo se lavaban las piezas para retirar el aceite y las grasas, mientras que un ramero se encargaba de tenderlas -sobre ramas- para su secado. Más tarde, en los tintes, los paños eran sumergidos en tinas de agua caliente con colorantes hasta que obtenían el tono deseado. Este trabajo era realizado por los tintoreros, quienes se encargaban también de enjuagar nuevamente las telas. Otro cardado, esta vez en percha, era llevado a cabo por el perchador, con la función de retirar el pelo sobrante. La fase final era completada por el tundidor, quien con unas tijeras rebajaba las irregularidades del tejido antes de que, una vez seco, el prensador concluyese el tratamiento.2
Estas tres últimas actividades eran ejecutadas generalmente en los obradores de los pelaires, quienes eran los propietarios del producto final y los únicos autorizados para su venta. Esto era así al menos desde 1561, año en que se aprobaron una serie de medidas que les favorecían3, entre las que se incluían la exención de impuestos y la exclusividad comercial.
Si hemos querido describir someramente los oficios manuales es para poder hacernos una idea mental, aunque tímida, de como se desarrollaba la vida a su alrededor. Desde este punto de vista no nos será difícil imaginar el cambio que supuso la aparición del trabajo industrial: entre el ambiente familiar donde cada cual marcaba su ritmo de trabajo y la severa disciplina de la fábrica; entre el duro pero creativo trabajo en el campo o en el taller, y el inanimado y monótono trabajo en serie. Todo el minucioso proceso de elaboración artesanal ocupaba una parte importante en la vida de los artesanos y artesanas que lo llevaban a cabo. Las actividades manufactureras estaban muy presentes en el ambiente familiar, las niñas y niños presenciaban muchas partes del proceso, ayudando desde muy pronto y aprendiendo el oficio. Aunque no se tratase de un trabajo a tiempo completo, pues se interrumpía con cierta frecuencia según la demanda o la disposición de agua -que acusaba sequías cíclicas-, los oficios fueron alcanzando un cierto grado de especialización. Es de suponer que el hecho de trabajar con las manos, bien directamente, bien manejando herramientas, era un aliciente para esforzarse en lograr la habilidad deseada. No es de extrañar que la mayor recompensa se encontrase comúnmente en el trabajo mismo y no en el jornal, que, aunque necesario, no representaba el centro de la actividad. Si bien es cierto que en la ocupación pañera intervenían muchas manos y que cada persona realizaba una función especializada, el modo y el entorno en que se desarrollaban las labores se encontraban todavía muy distantes del de la cadena de montaje.
De entre los pelaires surgió una nueva y próspera burguesía, que fue tomando distancia sobre aquella que debía sus rentas al trabajo de la tierra. Muestras de su creciente poder fue el impuesto obligado sobre todas las piezas de tela, conocido popularmente como La Bolla. También la sustitución de las principales fiestas locales, celebradas al final de las cosechas de verano, por la fiesta de Sant Jordi, en abril. Este férreo control sobre la producción y el territorio los convirtió con prontitud en una especie de protofabricantes y, más tarde, pasó a ser el eje sobre el que gravitaron las primeras fases de la industrialización.
El naciente capitalismo en expansión necesitaba de un crecimiento continuo para seguir aumentando los beneficios económicos. En las primeras décadas del siglo XIX, la concentración fabril y la maquinización disminuyeron los gastos de transporte y mano de obra para poder competir con otros centros productivos, especialmente los de Sabadell y Terrassa en Catalunya. Las familias campesinas ya no podían mantener esa doble ocupación, agraria y manufacturera, viéndose forzadas a abandonar las que, hasta el momento, habían sido las bases materiales y culturales de su existencia. Esta primera etapa de la Revolución Industrial, la de la centralización productiva y la mecanización de los trabajos manuales, no respondía a ningún deseo ni necesidad social: fue una exigencia del capitalismo. Sin embargo, sus efectos no se limitaron al entorno de las actividades productivas sino que fueron de un calado muchísimo más hondo.
Así, la maquinización hizo que el trabajo perdiese su profundidad humana: su aspecto creativo, vivo. No se trató pues, lisa y llanamente, de un cambio en el modo de producción y el tipo de mercancías, sino que se produjeron al mismo tiempo unas nuevas relaciones sociales. Con el tiempo, muchos de estos oficios manuales desaparecieron (cardadores e hiladores); pasaron a convertirse en oficios mecánicos (tejedores); o en tareas que las nuevas máquinas imponían (como los selfactineros y diableros, que derivaron sus nombres del de los aparatos a los que servían). Lamentablemente no hemos podido incluir ningún testimonio directo, ya sea una declaración, una canción, un pequeño detalle, etc. que dé muestras de primera mano de como estos cambios afectaron a la población. Al tratarse de una cultura basada en la tradición oral y mayormente analfabeta, existen pocos rastros que seguir. Si bien es cierto que no ha habido, que sepamos, ningún estudio exhaustivo en este sentido en los diversos archivos locales y regionales. Estos, a su vez, han estado en distintos momentos expuestos al abandono, el desorden, el robo o la quema, por lo que un trabajo de investigación no parece demasiado esperanzador. En cualquier caso no se puede descartar la posibilidad de su existencia.
El industrialismo presenta muchos factores de retro-alimentación, pues le es inherente la aparición de graves problemas ante los cuales se erige como única solución, hundiéndose cada vez más en una dinámica enfermiza. Uno de los principales problemas asociados a sus primeras fases de desarrollo es la constante concentración poblacional. A lo largo de los siglos XVIII y XIX se dio en Alcoi un fuerte incremento demográfico, debido a la inmigración desde los pueblos más cercanos, con la consecuente expansión urbanística. Dicho aumento entraba en conflicto con la parquedad de la agricultura local, que por su orografía y composición, vio encorsetada su capacidad de crecimiento. En consecuencia, superado el punto en que las tierras ya no pueden sustentar a la población local, apareció un nuevo factor que potenciaba la polarización hacia la actividad y dependencia industrial. Según los censos, en el año 1755 la población dedicada a la industria superó la hasta entonces mayoría agrícola. Estos datos contrastan con la tónica general del territorio peninsular, donde se calcula que este hito se superó, por término medio, unos cien años más tarde. En el periodo que va de 1820 a 1826 y coincidiendo con la introducción de máquinas de cardar e hilar, se produjo un marcado crecimiento: se pasó de menos de 12.000 habitantes a más de 18.000. Esto, evidentemente, provocó un profundo cambio en las condiciones de vida de los otrora campesinos, que ahora, pasaban a engordar las filas de los novedosos y precarios obreros industriales.
Si bien Alcoi, por sus características y la forma en que los hechos se fueron sucediendo, se erigió como una de las más importantes ciudades industriales a pesar de su modesto tamaño, destacó sobretodo por otra faceta: la consolidación de una población fuertemente combativa que abrazó con fuerza, a finales del siglo XIX, las nuevas ideas anarquistas. Resulta imposible en estas pocas líneas hacer un recorrido exhaustivo sobre lo que aquel convulso periodo trajo consigo en lo que a este tema respecta. Sin embargo, no sería justo pasar por alto los dos momentos más emblemáticos de las revueltas populares locales: la destrucción de máquinas y la insurrección del Petroleo. Su magnitud y determinación nos muestran hasta que punto existía una desaprobación generalizada frente a los nuevos cambios que se imponían, tan estrechamente relacionados con las nuevas formas de producción industrial.
En las primeras décadas del siglo XIX, la industria textil alcoyana empleaba a un gran número de campesinas y campesinos de la comarca, quienes se encargaban de la preparación de la lana. Trabajar en sus casas y en sus pueblos, les permitía un alto grado de autonomía, pues podían compaginar la actividad manufacturera con los trabajos del campo. Esta -llamémosla- independencia, no gustaba nada a los pelaires. Existía además otra cuestión que les preocupaba sobremanera: la sisa de materia prima, habitual y con la que el campesinado conseguía paliar en cierta medida los efectos de las altas cargas impositivas y de los bajos salarios.
Por aquel tiempo ya se habían instalado los primeros telares mecánicos en Inglaterra y no tardaron mucho en expandirse por otros puntos, llegando con prontitud a Euskadi y Catalunya. En Alcoi, en cambio, la maquinización de esta fase no empezaría hasta 1863, manteniéndose además muy bajo el número de telares mecánicos al menos hasta 1880. El trabajo manual del tejedor artesano estuvo muy presente hasta la década de 1930, como demuestra el registro del oficio de llançaire y todavía en 1980, se podían ver telares manuales trabajando en la industria local. Esto se explica por una larga historia de imposiciones del gremio de pelaires al de los tejedores que, pese a la combatividad de estos últimos, el mimo institucional y la prosperidad económica hicieron posible. Los fabricantes de paños contaban, como se ha dicho, con medidas proteccionistas para sus actividades desde -al menos- mediados del siglo XIV. Durante este largo periodo fueron apuntalando su posición en detrimento de la del resto de artesanos: en 1798 el gremio de los tejedores, que había sido creado en 1590, desapareció definitivamente absorbido por el de los pelaires. Estos últimos empezaron a explotar telares de su propiedad, bien en sus fábricas bien alquilándolos a particulares, haciéndose de esta manera menos dependientes de los demás artesanos. Todos estos factores permitieron mantener unos salarios muy bajos para los tejedores locales. Sin embargo, para abastecer a un tejedor se necesitaban unos cinco hiladores, a lo que había que sumar los gastos de transporte, puesto que este trabajo se realizaba en los pueblos. Eso, sin olvidar la falta de control que tanto preocupaba a los pelaires.
El hecho de que los tejedores se encontraran en una posición tan desventajada es ciertamente singular. En otros lugares, el sistema de manufactura dispersa -o putting out system- abarcaba también la fase de tejido, sin embargo en Alcoi, esta se realizaba tradicionalmente en la villa. Esto explicaría, además, que no se consolidase en la comarca la industria rural, a diferencia de otros núcleos productores de la Europa occidental. De este modo la maquinización del cardado y el hilado se convirtió en la primera meta de los fabricantes.
Basados en los ejemplos europeos (especialmente Inglaterra, Holanda y Francia) y en menor medida en los estatales, desde aproximadamente 1790 los fabricantes alcoyanos empezaron a viajar y a recibir las visitas de técnicos con la intención de iniciar un proceso de innovación tecnológica. Este se vio truncado por la Guerra de la Independencia pero alcanzado su fin, en 1816, la Real Fábrica de Paños llegó a un acuerdo para la introducción de maquinaria. En 1818, tras observar su funcionamiento en las fábricas de Ezcaray (La Rioja), se adquirieron las primeras máquinas de abrir, preparar e hilar, a un comerciante de Bilbao. En enero del año siguiente ya se encontraban en pleno funcionamiento, instaladas en el edificio de la Real Fábrica y utilizadas por turnos por el conjunto de fabricantes asociados. Este hecho impulsó a la mayoría de patrones a instalarlas en sus fábricas, pese a su elevado costo, y también a la conversión de muchos molinos papeleros en molinos textiles. En poco más de cinco años los principales fabricantes poseían más de treinta conjuntos similares, consistentes en máquinas hiladoras acompañadas de una mechera y una carda, que formaban un conjunto de 4 a 5 tornos. Estos aparatos, adaptados a las realidades del lugar, eran habitualmente modificados o incluso diseñados por técnicos locales.
Pero la introducción de estos artilugios no se llevó a cabo sin una fortísima oposición. Incluso en aquella primera incursión, tuvieron que ser escoltados debido a los rumores de que podían ser asaltados y destruidos. Más tarde, el día 28 de febrero de 1821, nuevamente llegaron a oídos del alcalde Pedro Irles rumores de que en los pueblos vecinos la gente trataba de reunirse y acudir a Alcoi a quemar las máquinas. Los alcaldes de Cocentaina, Muro, Benilloba y probablemente alguno más, fueron instados a informar sobre el asunto. En todos los casos declararon que se trataba de rumores infundados e insistieron en la tranquilidad absoluta de las calles. El alcalde de Cocentaina, no obstante, ofreció su ayuda incondicional en caso de cualquier contingencia.
La mañana del 2 de marzo de 1821 unas 1.200 personas, muchas de ellas armadas, se dirigieron desde los pueblos de los alrededores hacia la pequeña urbe. El consistorio dispuso dos compañías del primer batallón de la Milicia Nacional, todos los efectivos con los que contaba, cubriendo los accesos al municipio. Sin embargo, sin fuerzas suficientes para contener a los sublevados, vieron como se atacaban las fábricas y se empezaban a destruir las máquinas, que mayormente se encontraban en las afueras, a las orillas de los ríos Barxell y Molinar. Según los documentos, 17 máquinas fueron destruidas causando daños materiales calculados en dos millones de reales.
Los obreros alcoyanos apoyaron mayoritariamente las acciones, incluso no estando directamente afectados por la maquinización del cardado e hilado, y la protesta convertida pronto en huelga general, adoptó un carácter preinsurreccional. Cabe recordar que se encontraba todavía reciente la aprobación de la Constitución, hecho que había despertado una fuerte animadversión entre los trabajadores locales y que, seguramente, tuvo una notable influencia.
El alcalde trató de negociar con los amotinados, quienes aceptaron respetar a la población y a los edificios, cosa que se mantuvo en parte, pues según parece, diversos inmuebles propiedad de fabricantes fueron incendiados durante el transcurso de las protestas. Para evitar la quema, algunas máquinas fueron dispuestas para su desmontaje. Sólo cuando el alcalde prometió desmantelar todas las que quedaban, aceptaron retirarse los rebelados a sus respectivos pueblos, ya entrada la noche. Al día siguiente fueron desmontadas según el acuerdo. La protesta se mantuvo en estado latente, siguiendo en contacto los distintos pueblos, incluido Alcoi, por si fuera necesario retomar las acciones. Una representación obrera exigió que todos los obreros despedidos fueran readmitidos, pero los fabricantes se negaron, afirmando que solo contratarían los puestos que precisaran las máquinas. Las negociaciones no avanzaban y el alcalde, desesperado, pidió reiteradamente ayuda militar urgente al Jefe Político de Valencia. El 6 de marzo entraron en la villa dos nuevos regimientos: un Batallón de Infantería del Rey, desde Alicante; y un Regimiento de Caballería de España, desde Xàtiva. Fueron enviados por la Capitanía General de Valencia i Murcia, respectivamente. La rebelión fue sofocada.
La destrucción de máquinas tuvo una gran transcendencia, ocupando su discusión varias sesiones en Las Cortes, que creó una comisión especial para tal efecto. Finalmente se indemnizó a los fabricantes con dos millones de reales, dejando meridianamente claro, que la industrialización era una Cuestión de Estado.4
Hay que destacar, sin duda, la opacidad con que se llevaron acabo los preparativos para unas acciones de tal magnitud. Las familias campesinas habían logrado tejer una potente organización clandestina perfectamente articulada. En cuanto a la actitud de los alcaldes, que primero aseguraron que los rumores eran infundados para más tarde, no hacer efectiva la ayuda que habían prometido, el caso es llamativo. Seguramente se trate de desconocimiento y cobardía, respectivamente, pero no deja de resultar extraño. No se puede descartar que, ante el previsible talante que podía tomar la situación, prefiriesen no destacarse como enemigos o traidores de la protesta. Tampoco parece del todo descabellado una cierta simpatía por los motivos que animaron las acciones. Al fin y al cabo incluso a día de hoy, no se vive la política con la misma lejanía en los pueblos pequeños, que en los grandes núcleos urbanos. En cualquier caso parece claro un cierto nivel de coordinación entre los distintos pueblos, pues según se desprende de varias de las declaraciones posteriores contaban con bastante ayuda en el interior de la población. Si tomamos las palabras del Jefe Político de Valencia, por ejemplo, la cosa parece bastante clara: “El ayuntamiento no puede contar ni aun con la cuarta parte de este vecindario por hallarse lo restante combinado con los malvados de los indicados pueblos”5. Esto invita a pensar que existían contactos previos entre los trabajadores de los pueblos y los de Alcoi. De la misma manera, el hecho de que todo ocurriese a plena luz del día y a cara descubierta potencia esta idea, pues se infiere que ya contaban con una presumible recepción favorable por parte de los trabajadores locales. También se adivina el reconocimiento de unos intereses comunes, considerado por muchos como el momento previo a una conciencia de clase, varios años antes del nacimiento de las primeras organizaciones obreras. Pero si algo queda claro a la luz de los hechos, por la fuerza con la que se desarrollaron, es que los habitantes de estos valles supieron intuir la dimensión de aquellos cambios. Tal vez presintieron que aquellas transformaciones iban a marcar el final de su modo de vida, de sus lazos comunitarios y de las bases materiales que hacían posible su mayor grado de autonomía.
La represión desligada fue tremenda, viéndose muchas familias de los pueblos circundantes y del mismo Alcoi sumidas en la más absoluta miseria. La gran cantidad de encarcelados hizo que se abarrotaran todas las improvisadas instalaciones e incluso, hubieron de ser desinfectadas por los graves problemas de higiene derivados del amontonamiento. Con todo, las amenazas ludditas siguieron en pie, con nuevos episodios entre los que se contaron algunos de bastante importancia, como el de diciembre de ese mismo año o el de julio de 1823, si bien ya no igualaron en proporciones al primer envite. En el año 1825, en vista de la situación de indigencia generalizada desatada por la encarcelación masiva, todos los presos verían aumentada su área de reclusión al perímetro urbano de Alcoi, con la finalidad de que pudiesen emplearse en el trabajo. Los episodios conflictivos relacionados con la oposición a las máquinas se prolongaron durante más de dos décadas, produciéndose el último del que queda constancia en el año 1844, tras la incorporación de una carda de mecha continua. El hecho de que los intentos de destrucción se repitieran durante tanto tiempo a pesar de la durísima represión, realza, si cabe, el ímpetu de las y los opositores.
Si la maquinaria sustituyó muchas de las actividades que hasta el momento habían sido realizadas por manos de mujeres, hombres, niñas y niños, el transporte de mercancías y pasajeros fue contorneando un nuevo mundo que debía ir modelándose en función de una nueva economía. La preocupación por la red viaria se convirtió durante el siglo XVIII en una cuestión nacional, dando lugar a la firma del Tratado legal y político de caminos públicos y posadas así como a un plan radial de carreteras que desde Madrid, apuntarían hacia Andalucía, Valencia, Catalunya o Galicia. A pesar de estos esfuerzos el Informe sobre la ley agraria de M.G. Jovellanos publicado en 1795, destacaría la falta de comunicaciones como el mayor problema que afrontaba el comercio interior.
Para la burguesía local, la situación era por estas fechas igualmente preocupante, pues a su accidentada orografía había que sumar los efectos de los temporales de agua y nieve que, en 1793 y 1802, se llevaron por delante distintos puentes y dejaron cortados diversos caminos. Los objetivos de los fabricantes locales eran mejorar el abastecimiento de materias primas y dar salida a los productos manufacturados. Tal empresa descansaba sobre dos grandes objetivos: la construcción de puentes y carreteras y la de líneas ferroviarias, que a su vez se encontraban enmarcados en el interior de un proyecto de transformación mucho más amplio. Estos cambios no hubiesen sido posibles sin la centralización, tanto de la producción como del poder, pues solo un excedente material podía generar las condiciones óptimas para tal efecto, así como únicamente un poder de naturaleza totalitaria podía movilizar la fuerza de trabajo necesaria. Esta fuerza coercitiva se apoyó tanto sobre los avances técnicos como sobre la explotación y especialización de la mano de obra.
La construcción de carreteras en la comarca se inició a principios del siglo XIX y, al parecer, se trata de un proceso que todavía no ha finalizado. La fase más inmediata fue la construcción de ocho puentes para salvar los desniveles de los ríos y barrancos, de los que cabe destacar tres, por su magnitud e importancia estratégica. Son los relacionados con la carretera que desde Valencia, pasando por Xàtiva y Alcoi, iba a llegar hasta Alicante. Enlazando esta con el Camino Real de Madrid, se convirtió en la puerta del comercio local con Castilla. También fue de gran relevancia el vial que unió la propia localidad con Villena. Estas obras sin precedentes se llevaron a cabo encontrando cantidad de problemas, especialmente en el primer gran proyecto: el puente de María Cristina, cuyas obras se prolongaron durante más de 15 años debido, en parte, a las graves deficiencias de la cimentación y problemas en el asentamiento. Ambas carreteras estaban incluidas en el Plan General de Carreteras del Estado, que fue renovado en repetidas ocasiones.
En cuanto a los proyectos para la construcción de ferrocarriles, algunos de los cuales se realizaron y otros no; su objetivo era unir distintos centros productores y a su vez, estos con las vías de comercio. Para enlazar con el eje Madrid-Alicante y poder dar una salida más rápida y económica a los productos manufacturados, tanto hacia el interior como hacia el mar, se empezó a construir la línea férrea Villena-Alcoi creando la Compañía de Ferrocarriles Económicos de Villena a Alcoy. Sin embargo las obras se vieron interrumpidas en 1885 y el proyecto no finalizó hasta casi terminada la primera década del siglo XX. De manera que fue una empresa inglesa, la misma que acometió las obras del puerto de Gandia, la que vio un filón en el creciente consumo de carbón británico en las comarcas del interior y la primera que puso un tren en marcha sobre nuestras tierras. Los fabricantes locales no desaprovecharon aquella oportunidad para su ansiada salida al mar. En el año 1893 y tras la construcción de numerosos puentes, túneles y acueductos, así como los viajes piloto de locomotoras desde el año anterior (algunas de ellas con paseo de autoridades incluido); la rimbombante Alcoy & Gandía Railway and Harbour Company Ltd. logró materializar el primer proyecto ferroviario en nuestras comarcas.
Mención aparte merece la línea proyectada al menos desde 1866 entre Alicante y Alcoi, que con todo el trazado allanado, tunelado y puenteado, en 1932 y a falta del tendido ferroviario, vio abandonadas sus obras sin que llegase a circular ni un solo ferrocarril por sus raíles.6
La mayor parte de estas infraestructuras -si no tenemos en cuenta el peculiar caso del tren Alcoi-Gandía-, fueron financiadas por la burguesía local, que por aquel entonces ya ocupaba los principales puestos de poder tanto en las empresas como en el consistorio e incluso la iglesia7. Pese a la finalidad principalmente comercial de las obras de comunicación, muy pronto el transporte de pasajeros vivió también enormes cambios. Se ensanchó el camino de la expansión y la movilidad, cuyos efectos sobre la vida y la mente humana no han sido plenamente descifrados. La aceleración productiva trajo consigo una crispada aceleración existencial, potenciando el desequilibrio entre una imaginación efectivamente limitada y un mundo cada vez más inabarcable. Esta perturbación se fue agrandando a medida que aumentaba la escala en la que se reproducían el grueso de las actividades humanas. Sus secuelas están, a día de hoy, a la vista de todos y dan trabajo a una buena legión de psicoterapeutas de toda índole así como salida a ingentes cantidades de psicofármacos.
De la misma manera se llevaron a cabo por aquella época: un hospital, el alumbrado público de gas o las primeras conducciones de agua potable, entre otras infraestructuras. Son innegables los efectos beneficiosos que estas medidas suponían para la vida en las ciudades, donde los problemas de salubridad eran realmente acuciantes, y sin embargo, hay muchas preguntas a las que estos hechos no ofrecen una respuesta clara. ¿Fue la polarización demográfica hacia las ciudades un acto voluntario? ¿Qué efectos beneficiosos tuvieron sobre el grueso de la población todas estas intervenciones a corto, medio y largo plazo? ¿Suponían realmente una necesidad para el pueblo llano? Como veremos más adelante, estas desorbitadas inversiones que, en general, serán consideradas como las grandes obras civiles de la burguesía, contrastan con las condiciones en las que vivían la mayor parte de las y los trabajadores. Los que con una mano proyectaban puentes o jugaban a trenes, con la otra y sin que les temblase el pulso, apretaban el cuello de aquellos a los que explotaban.
Una de las primeras medidas del nuevo régimen liberal fueron las desamortizaciones, que se generalizaron por todo el territorio desde las primeras décadas del siglo XIX. La Ley de desamortización civil de 1855, puso en manos del ente estatal unos siete millones de hectáreas. Su principal particularidad fue el inmenso incremento de tierras comunales subastadas en relación con procesos anteriores. En este caso, se calcula que fueron al menos la mitad de las tierras afectadas. Se combatió así duramente el comunalismo, avanzando hacia la mercantilización absoluta de la tierra. Para tal empresa, no obstante, se tuvieron que enfrentar a una fuerte oposición, tanto por parte de la vieja oligarquía como del campesinado: revueltas, sabotajes, incendios de comunales enajenados, etc.
En todo caso las propiedades comunales no eran muy numerosas en la parte oeste de la comarca, donde se encuentra Alcoi. Sí en cambio en la zona este, de población más dispersa y mayoría morisca hasta al menos los inicios del siglo XVII, cuando fueron expulsados. Sin embargo, para los nuevos obreros y obreras fabriles, la recogida de leña en los bosques comunales seguía siendo un recurso habitual, pues durante los periodos de fuertes crisis en que las sequías cíclicas hacían que la actividad textil llegara a detenerse incluso durante meses, podían obtener una parte importante de los recursos necesarios para vivir. Este fue el efecto de las desamortizaciones que más inmediatamente se dejó notar en nuestra comarca. En menor medida se vieron afectadas algunas familias ganaderas, que perdieron el usufructo de las zonas de pasto. Por último, también se vio mermada la recogida de frutas silvestres, todavía frecuente en aquella época.
No vamos a detenernos a realizar un estudio minucioso sobre las condiciones de vida de las y los trabajadores locales durante la mayor parte del siglo XIX, cuando tuvo lugar la conversión industrial, pero esbozaremos un cuadro resumido. Como consecuencia del ya mencionado aumento demográfico causado por la centralización productiva, la población obrera vivió apilada en condiciones de insalubridad. Los ríos determinaron el crecimiento en altura de los nuevos barrios, llegándose a alcanzar densidades de hasta 2.500 habitantes por hectárea en algunas zonas. Prácticamente todos, sin distinción de edad ni sexo, se empleaban en la industria. Las jornadas laborales ordinarias oscilaban entre las 9 y las 12 horas, mientras que en épocas de mayor demanda se prolongaban hasta las 18. Los datos sobre los salarios y los precios son bastante escasos, especialmente durante la primera mitad del siglo, pero todos los testimonios apuntan hacia una constante carestía de los productos básicos y unos jornales que no daban ni para un mínimo de dignidad en cuestiones como la vivienda, la alimentación o la vestimenta. Todos estos elementos se tradujeron en un terrible aumento de las enfermedades infecto-contagiosas entre la nueva clase obrera, disparando las tasas de mortalidad.
Desde la década de 1830 se fueron repitiendo estas letales epidemias ligadas al industrialismo, como las del cólera, tuberculosis, disentería y un largo etc. Durante la segunda mitad de siglo se aprobaron nuevas ordenanzas de salubridad e higiene públicas y se tomaron distintas medidas: obras de saneamiento; construcción de alcantarillado y pozos secos, un depósito de agua y un matadero; uso de tuberías para los desagües y el agua potable, etc. Sin embargo, entre 1871 y 1900, las enfermedades relacionadas directamente con la higiene y la limpieza se cobraron más de un 30% de todas las muertes. La esperanza de vida del obrero alcoyano de aquella época, agravada por la alta mortalidad infantil, no llegaba ni a los 19 años, muy por debajo de la media estatal. Una vez más se buscaba paliar los efectos que el mismo proceso industrial producía: el contraste entre las medidas aplicadas y la realidad que se vivía entre el proletariado nos da una idea del éxito de tal operación. Para nosotros, aquello a lo que la historiografía oficial denominará comúnmente las vicisitudes del progreso, representa la contracara más brutal de un proyecto delirante y totalitario.8
Pero ante esta dramática situación la combatividad no mermó, desde aquellos primeros episodios ludditas, las huelgas se fueron sucediendo como protesta contra las condiciones que padecía la población. La década de 1850 fue muy convulsa y en ella se pusieron en práctica mecanismos organizativos que se emplearían con fuerza con posterioridad, como la formación de piquetes para garantizar el éxito de las huelgas o las colectas solidarias para poder mantener las protestas. Para finales de 1860 ya se había creado la primera asociación netamente obrera, aunque si lo comparamos con otros lugares, cabe destacar que surgió con cierto retraso. En cualquier caso, estuvo presente en el congreso fundacional de la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores) en Barcelona y desde aquel momento se inició la correspondencia entre los obreros alcoyanos y La Internacional. Pese a su juventud la adhesión fue masiva: el segundo domingo de septiembre de 1872, cuando se inauguró su primera sede, se contaron 1.200 afiliados. Para mediados de mes ya existían secciones de tejedores, papeleros, obreros del hierro y oficios diversos y se estaban organizando las de tintoreros, carpinteros y obreros de la construcción. Pronto aparecieron secciones locales también en Cocentaina, Benilloba, Muro, Ibi, Tibi y Bocairent. Para finales de año, con más de 2.500 afiliados, Alcoi ya era el segundo núcleo estatal por detrás de Barcelona, mientras que en el vecino y pequeño pueblo de Cocentaina, los afiliados superaban los 300. Por estas razones, en el III Congreso Obrero realizado en Córdoba, se escogió a Alcoi como sede de la nueva Comisión Federal de Estadística y Correspondencia, que solo tres días más tarde emprendió su actividad. En dicho encuentro se ratificaron las tesis Bakuninistas, que implicaban la negación a colaborar con los republicanos federalistas.9
Todos estos acontecimientos tuvieron una fuerte influencia en el desarrollo de la mayor insurrección habida en Alcoi hasta la fecha: La Revuelta del Petroleo. Pese a nuestro esfuerzo por contrastar las fuentes a la hora de reconstruir los hechos, nos mostramos cautos por la cantidad de contradicciones que aparecen en los diversos documentos de la época así como en sus posteriores interpretaciones. En todo caso, es de justicia destacar la exposición que de lo acaecido dejó Manuel Cerdà en su obra ya citada, por su rigor y sencillez.
El domingo 9 de marzo de 1873 la Federación Local de la AIT convocó una manifestación y asamblea en pro de la rebaja de la jornada laboral y un aumento de salarios. La asistencia fue masiva, incluyendo trabajadores de los pueblos de los alrededores. En la plaza, el maestro de primera enseñanza Severino Albarracín se dirigió a la multitud, instándola a luchar contra las instituciones burguesas y reivindicando La Internacional como la más apropiada herramienta de los obreros para llevar a cabo la revolución. Un mes más tarde en Els Algars, una pedanía de Cocentaina, se inició una huelga en demanda de la reducción de la jornada laboral a 8 horas y de un aumento de salario -de 4 a 6 reales por jornada según diversas fuentes10. La Federación Local se solidarizó de inmediato con la protesta facilitando ayudas económicas y recursos a los compañeros en huelga. Sin embargo, en vista de que los meses transcurrían sin que se llegase a ningún acuerdo, el día 7 de julio fue convocada una asamblea en la plaza de toros a la que asistieron entre 5.000 y 6.000 trabajadores. Allí decidieron hacer propias las demandas de los compañeros papeleros declarando la huelga general de todos los oficios. Se crearon comisiones para extender la huelga a otras localidades y para informar al alcalde -el republicano federalista Agustí Albors-, que mostró su rechazo a hacerse eco de las peticiones pero llevó la voz de alarma a los patrones.
Al día siguiente, una vez estallada la huelga, las calles se abarrotaron, el paro fue general en todos los oficios y los obreros y obreras sumaban ya alrededor de 10.000. Las peticiones fueron llevadas en mano a los fabricantes, que se reunieron de urgencia con el alcalde decidiendo no aceptarlas; resistir como fuera y mandar un telegrama urgente pidiendo refuerzos. Todo esto, pese al aviso de los huelguistas de que no depondrían su actitud si las demandas no eran aceptadas. Albors trató de urdir un plan con los fabricantes: acordaron defender sus posiciones bajo la consigna de abrir fuego al primer tañido de campana. Emitió un bando llamando a la desmovilización y acusando a los internacionalistas de “trastornadores de oficio”, pero al parecer, su único efecto fue calentar aún más los ánimos. La Comisión Federal, por su parte, publicó una hoja volante recordando los motivos de la huelga y su deseo de mejorar la situación social de los trabajadores. Ese mismo día, pese a la actitud pacífica de la protesta, la Guardia Civil y la Guardia Local tomaron sus armas con gesto intimidatorio.
Eran días calurosos y el miércoles vio llegar el sol sin demasiadas novedades. Una nueva gran asamblea tuvo lugar esa mañana en la plaza de toros, donde se acordó exigir la dimisión del ayuntamiento y su sustitución por una Junta Revolucionaria. Mientras que algunos alcaldes de los pueblos vecinos brindaron, de palabra, su ayuda al plan de defensa, los huelguistas se fueron concentrando delante del ayuntamiento, alcanzando rápidamente un número de entre 6.000 y 9.000 -según las fuentes. La protesta fue declarada ilegal pero sin ningún efecto. Hacia la una del mediodía una comisión de entre los manifestantes se dirigió al ayuntamiento para exigir su destitución en favor de la junta escogida por el pueblo. Ante la negativa del consistorio y los gestos poco tranquilizadores que allí vieron, donde se encontraban al menos 12 Guardias Municipales y 7 Guardias Civiles, la comisión regresó a informar a la plaza donde se dieron momentos de gran tensión y algunos huelguistas decidieron ir a por armas. Pero la Guardia Municipal había tomado posiciones en el campanario que daba a esa misma plaza y en cuanto vieron los movimientos del gentío hicieron sonar las campanas. El alcalde disparó al aire y la Guardia abrió fuego contra los manifestantes. Pronto hubo que lamentar las primeras muertes y los primeros heridos de un combate que se prolongó durante toda la noche y parte del día siguiente. Los fabricantes, que habían prometido acudir al toque de campana a defender el ayuntamiento, no aparecieron. Muchos de ellos fueron hechos rehenes, sacados de sus casas por los manifestantes, para tratar de disuadir a la Corporación Municipal de su obcecación, aunque sin conseguirlo. Durante los enfrentamientos se incendiaron muchas casas de fabricantes11 y hubo constantes intercambios de tiros, hasta que la mañana del día 10, sin municiones, las tropas del campanario se rindieron. Algunos de los guardias que más se habían significado en los enfrentamientos encontraron la muerte allí mismo. Con todo, las autoridades que quedaban atrincheradas en el ayuntamiento no depusieron su actitud. No fue hasta poco antes del mediodía que los huelguistas tomaron el ayuntamiento, donde el alcalde los esperaba todavía disparando a discreción y donde finalmente, lo mataron. Al menos 17 muertes se produjeron durante el transcurso de los hechos, pues estas son las cifras oficiales que han trascendido. La virulencia de los hechos recogidos en algunos testimonios, sobretodo durante la tarde, noche y primeras horas de la madrugada, que ya hablaban de diversos muertos y decenas de heridos, pueden hacer pensar que esta cifra se encuentre recortada, sin embargo, a la vista de los datos, no se puede ratificar dicha hipótesis.
A unos días con la ciudad liberada siguió una represión sin precedentes: hacia el mediodía del domingo 13 entraron en el municipio las tropas que mandaba el General Velarde: ocho cañones de artillería; infantería; Guardia Civil; siete compañías de voluntarios de Valencia; una compañía de Albuera y otra de Soria; dos secciones de caballería, una de carabineros y otra de coraceros, que, junto a las fuerzas de Riera, sumaban alrededor de 4.000 hombres. La revuelta sucumbió. Ese mismo día se abrieron las diligencias para instruir una causa sumarial. No vamos a detenernos aquí en todos los pormenores y consecuencias del proceso pero destacaremos los datos más relevantes: más de 700 encausados de los cuales, 282 fueron procesados por 110 delitos. Diferentes jueces fueron sucesivamente designados para instruir la causa que llegó a superar los 30.000 folios -que todavía se conservan. Catorce años más tarde, en diciembre de 1887, todos fueron absueltos por falta de pruebas. A pesar de algunos indultos y episodios de amnistía parcial, la mayor parte de los procesados había pasado años en prisión y doce de ellos murieron encarcelados. Las consecuencias de esta represión en la vida de muchas familias obreras alcoyanas fueron catastróficas.
Entre 1875 y la Primera Guerra Mundial tuvo lugar una fuerte crisis comercial internacional que en Alcoi se vio agravada por la caída de uno de sus principales mercados nacionales: el andaluz -que atravesaba asimismo una fuerte crisis agrícola. Tras la derrota de la insurrección obrera de 1873 y con la creación de un ejército de reserva debido a la desocupación, las ya de por sí duras condiciones laborales instituidas en la ciudad se vieron deterioradas. Los fabricantes pronto se vieron fortalecidos por el efecto de la represión sobre la población más combativa y las concesiones logradas, fruto de la revuelta del petróleo, fueron revertidas y empeoradas. Según los datos de la Cámara de Comercio, sólo entre 1878 y 1888 entre diez y doce mil operarios del sector textil, mayoritariamente hombres, emigraron en busca de trabajo a otras poblaciones. Pero no todos lo consiguieron y muchos tuvieron que regresar. Autoridades y empresarios locales mostraron su cara más cruel ante un proletariado indefenso que atravesaba su peor momento, como se desprende del siguiente testimonio del obrero Modesto Roig: “Si por la mañana con nieve o con lluvia, y cuando la claridad del día aún no alumbra el espacio, salimos al campo, veremos multitud de niños pequeños, descalzos y harapientos, encaminarse a las fábricas tiritando de frío. Este cuadro tan desconsolador nos prueba que la ley de protección a la infancia del año 73 no se cumple. Como estos niños van creciendo, cuando llegan a mozos no saben nada, porque no han podido concurrir a las escuelas. Muchos de los niños se quedan a dormir en las fábricas de papel, según ya se ha dicho por algunos oradores, y por consiguiente, trabajando día y noche no pueden concurrir a las escuelas. De éstas es verdad que las hay gratuitas y los maestros se lamentan de no verlas concurridas; mas ¿cómo han de concurrir los niños a ellas si no pueden? Después de todo el día de esclavitud hay que concederles la expansión que su edad requiere, y no se les puede obligar a la nueva esclavitud de la escuela. No sólo la enseñanza despeja la inteligencia de los niños: los juegos y la expansión también la despejan, aunque por otro concepto. En cuanto a la edad de los niños empleados en los diferentes oficios y de las horas de trabajo existe gran diversidad, pues mientras el trabajo llega a veces a diez y ocho12 horas seguidas, tienen en cambio días libres, y estos los pueden aprovechar asistiendo a las escuelas; pero como no es segura y regular la asistencia, no les sirve de nada.”13 En el último cuarto del siglo XIX, cuando fue restaurada la monarquía y se inició el periodo conocido como “la Restauración”, Alcoi vivía bajo los imperativos de una profunda crisis. La influencia que el proceso de industrialización14 tuvo sobre el devenir de los hechos que llevaron a la ciudad a esta situación es, a nuestro juicio, indiscutible.
Ante la falta de demanda los fabricantes empezaron a asistir a subastas, que por lo general se realizaban en Madrid. Así consiguieron un pedido de 40.000 mantas para la Dirección General de Penales e importantes exportaciones a Chile y México. De manera que paradójicamente, en medio de aquella acusada crisis, hubo una importante expansión económica. Todo aquel capital concentrado en pocas manos hizo que algunos organismos financieros individuales se convirtiesen en bancos: Banca Vicéns, Banca Raduán, La Unión Alcoyana, etc. En 1884 se instaló en la ciudad, además, una sucursal del Banco de España. Esta terrible polarización económica solo se puede explicar tras la derrota de las organizaciones obreras. La gran oferta de mano de obra, las largas jornadas laborales y los míseros salarios, propiciaron la creación de una plusvalía sin parangón con la obtenida en otros centros productivos.
Todos aquellos cambios políticos y económicos, aquella evolución del sistema de dominación, tuvieron sus efectos sobre el modo de vida de la población. Es decir, todo aquel entramado que permitía que unos pocos decidiesen el destino de unos muchos sobre la base de su autoridad, divina o terrenal eso ya poco importa, lo padecían en última instancia las lugareñas y lugareños. Las nuevas rutas comerciales abiertas siglos atrás por la expansión de los mercados, fueron afianzadas y ensanchadas en esta nueva etapa de intercambios materiales. Las economías urbanas, que se habían orientado hacia la autonomía local y que habían sido reducto de ciertas libertades, entraban en conflicto con una nueva estructura, relanzada ahora a una escala mucho mayor. Con las implantaciones técnicas, la articulación institucional y la especialización productiva, la industria local copó sus principales mercados tradicionales: Castilla, Andalucía, el Ejército Español y el norte de África; y abrió nuevas rutas: América principalmente.
En nuestra comarca, aquel momento se podría señalar como la culminación de una larga gestación, el punto de inflexión a partir del cual la historia se aceleró de una forma nueva y desconocida. Una organización administrativa de carácter más totalitario logró emerger, eso sí, revestida de una imagen renovadora y siempre empuñando la espada del progreso. El Antiguo Régimen, caracterizado por la monarquía absoluta y la propiedad feudal, dejó paso a la instauración del liberalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción, la llamada libertad de comercio y el triunfo de la burguesía. La primera Constitución Española fue uno de los símbolos de aquel cambio, tratando de construir la unidad nacional basándose en el poder militar; el sistema tributario fijo y en dinero; la implantación de la escuela estatal; etc. Este nuevo régimen presentaba un perfil mucho más refinado y su opresión, en comparación con la del absolutismo, un carácter más perfeccionado. Los nuevos dirigentes incluyeron un cierto sentido social en su discurso, pero no aportaron mejoras para las perspectivas obreras. Llevaron más lejos que nunca el ansia por hacer llegar el control central a todos los rincones y el interés por el amontonamiento en los núcleos urbanos. Las revoluciones liberal e industrial suponían, en ese sentido, un golpe maestro en el triunfo de la ciudad sobre el campo, del Estado sobre la sociedad civil y de una vida artificial sobre una más integrada.
No pasamos por alto que se nos puede echar en cara una idealización de las llamadas sociedades preindustriales. No insinuamos que estas fueran plenamente igualitarias y sabemos que estaban atravesadas por fuertes contradicciones. Se trataba, además, de un conjunto heterogéneo, donde cada lugar reunía unas particularidades y en consecuencia, no se puede generalizar sobremanera. Ahora bien, cuando el rodillo apisonador de la historia ha proyectado una lectura unidireccional y sin fisuras sobre nuestro pasado, pensamos que no está de más rescatar ciertos matices que puedan resquebrajar los cimientos de esa unidad conceptual, para nosotros, profunda y deliberadamente errónea. Quizá sea demasiado osado o ingenuo, según se mire, achacar todos estos acontecimientos al paso del trabajo artesanal a la producción industrial. Lo que hemos tratado de exponer, en cualquier caso, es que ese cambio en las formas no consistió en un mero avance técnico, sino que se encontraba inmerso en un escenario mucho más complejo y tenía unas implicaciones mucho más hondas. La actividad humana dejaba de estar sujeta principalmente a las condiciones físicas del entorno y a las necesidades y anhelos humanos, para quedar supeditada a los imperativos de la economía. Es decir, a un valor que aunque creado por la mente y la organización social humana, le era totalmente externo. O dicho de otro modo: “la Tierra, con todos sus recursos, podía ser sustituida siempre sin problemas por una entidad abstracta llamada capital, presentando a este como el factor limitador último y cerrando así el discurso económico en el mero campo de los valores pecuniarios.”15 Pero para llevar a cabo tal empresa era necesario emprender una guerra, aunque fuese de baja intensidad, y levantar un imperio militar a modo de escolta, para que en su seno se pudiese reproducir el poder totalitario que aquellas teorías exigían para hacerse realidad.
Si el mundo era una crisálida, azotada por los arbitrarios vientos del poder y sus obscenos delirios, la industrialización dejó escapar una mariposa maldita, que con su vuelo implacable iba a ahogar las posibilidades de intuir e interpretar los deseos comunes de una vida libre. Un canto de sirenas que, como dejó escrito Lewis Mumford, ya desde el principio vio socavados sus beneficios por el proceso de destrucción masiva que hizo posible16. Suerte, que allá donde surge la injusticia, nace siempre la rebeldía.
Rafa.
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NOTAS:
1Acostumbraba a ser cereal en grano, comúnmente forment, qué es un tipo de trigo.
2Cf. Berbegal Medina, M.ª A. i Molina Ferrero, R. (2006) Los oficios tradicionales del textil y del papel. En Historia de Alcoy, pp.220-221. Alcoi: Ayuntamiento de Alcoy, Editorial Marfil.
Bañó i Armiñana, R. (1999). Manual de la història d’Alcoi, p.276. Alcoi: Misèria i Companyia – Llibrers, editors i paperaires.
3Capítols y ordenacions del Offiçi de Perayres de la vila de Alcoy (sic), aprobados por el Gobernador General de Valencia, el 24 de julio. Citado en Rafael Aracil Martí, Marius Garcia Bonafé. (1974) Industrialització al País Valencià. El cas d’Alcoi, p.11. València: Eliseu Climent.
Como veremos, este y otros factores propiciaron un hecho insólito: la pronta evolución de este gran gremio textil hacia la industria, pasando muchos de sus miembros de maestros de oficio a fabricantes.
4Cf. Revert Cortés, Antonio. (1965). Primeros pasos del maquinismo en Alcoy – Sus consecuencias sociales. Alcoi: Imprenta “La Victoria”.
5Diario de Sesiones de Las Cortes, citado en Cerdà, Manuel. (1980) Lucha de clases e industrialización – La formación de una conciencia de clase en una ciudad obrera del País Valencià (Alcoi: 1821-1873), p.43. Valencia: Almudín.
6Cf. Santonja Cardona, Josep Lluís (2006) Las Obras Públicas. En Historia de Alcoy, p. 252. Alcoi: Ayuntamiento de Alcoy, Editorial Marfil.
Berbegal Medina, M.ª Ángeles. (2006) Comunicaciones y vías de transporte. En Ibid, pp. 318-319.
7Existen muchos ejemplos de esta permeabilidad en las esferas de poder, como el del alcoyano Gregorio Gisbert, diputado por Valencia en Las Cortes, donde en 1821 defendió a capa y espada la indemnización en favor de los fabricantes locales. Más tarde ejerció de sacerdote en la ciudad de Murcia, obtuvo una canonjía de la Real Iglesia de San Isidro en la ciudad de Madrid y fue escogido gobernador de la diócesis de Burgos por el propio arzobispo. A su regreso a Alcoi fundó la Escuela Industrial, impulsada por la Real Fábrica de Paños, de la que fue su primer director.
8Cf. Cerdà, Op. Cit.
Egea Bruno, P.M. (1984). La clase obrera de Alcoy a finales del siglo XIX. En la revista Anales de la Historia, Vol 3, pp. 123-158. Cátedra de historia contemporánea, Universidad de Murcia.
Beneito Lloris, A., Hernández Ferris, R. i Molina Ferrero, R. (2006) El siglo XIX: época de cambios y revoluciones. En Historia de Alcoy, pp. 266-279. Alcoi: Ayuntamiento de Alcoy, Editorial Marfil.
9Cf. Cerdà, Op. Cit.
Termes, Josep. (1986). El anarquismo en España. Un siglo de Historia (1840-1939). En El Anarquismo en Alicante – 1868-1945, pp. 11-26. Alicante. Instituto de Estudios Juan Gil-Albert – Diputación Provincial de Alicante.
10Existe una estimación del presupuesto medio diario al que tenía que hacer frente un matrimonio obrero sin hijos. Este incluía los conceptos de alimentación, vivienda, vestido, carbón y leña, petroleo y aceite y «varios». La suma de estas necesidades básicas arrojaba un total de 14 reales diarios. A pesar de estar elaborado 12 años más tarde, nos da una idea aproximada del desajuste que existía entre los jornales y el “precio de la vida”. El documento se encuentra en el Archivo Municipal de Alcoi: “Memoria sobre el estado actual de las clases obreras, aprobada por la comisión local de Alcoy en sesión de primero de marzo de 1885.” Carpeta número 10 de Asuntos Sociales (“Información obrera”). Citado en Egea Bruno, Op. Cit. p.142.
11Por el aceite que hicieron servir como combustible recibieron el nombre de Petroleros y a la revuelta se la llamó El Petrolio.
12Se trata de dieciocho horas, comúnmente escrito como “diez y ocho” en los documentos de aquella época. Muchos testimonios hablan de este tipo de jornadas entre las y los adultos, sin embargo, no hemos encontrado otros que refuercen esta afirmación sobre las jornadas de niños y niñas.
13Memoria de la Comisión Local de Alcoy. Información oral, ps. 45-46. Citado en Egea Bruno, Op. Cit. pp. 154-155.
14Como hemos tratado de exponer, este proceso no se puede limitar solo al progreso de las fuerzas productivas, sino que está enmarcado en un reforzamiento del Estado y sus fuerzas coercitivas, así como en una polarización autoritaria y materialista de las relaciones sociales y ambientales. Cuando utilizamos el término hacemos referencia a todos estos elementos.
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15Naredo, José Manuel. (2006). Raíces económicas del deterioro ecológico y social, p.24. Madrid: Siglo XXI Editores.
16(2010). El Mito de la Máquina. Técnica y evolución humana, p.313. Logroño: Pepitas de Calabaza.
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